La Ruda, una calle con carácter

La Ruda, una calle con carácter

La Ruda está inserta en los Barrios Bajos, y eso, de por sí ya define. Muchas de sus características no son exclusivas de esta calle, sino que son comunes a todas las que los forman y que tanto han dado que hablar y que escribir. Otros rasgos en cambio son propios suyos, cosas que la identificaron como tal durante tanto tiempo que quedaron de alguna forma incorporadas al lenguaje y la iconografía madrileña, aun cuando hoy se puedan considerar ya desaparecidas. Lo primero que se viene a la cabeza son sus verduleras, entiéndase las de antaño, que absolutamente nada tienen que ver con las de este siglo XXI. Aparte de un oficio lo de verdulera es mucho más y lo vemos en la segunda acepción del DRAE: “Mujer descarada y ordinaria”. Tal vez el Diccionario no haga justicia a estas mujeres o tal vez no remate bien del todo la definición, pero eso lo vamos a ver después.

El nombre a la calle le viene de la planta arbustiva así llamada, la Ruta Graveolens, que vale tanto como ornamental de jardín como hierba medicinal o como condimento. Hasta ella llegaban las tapias del huerto del cercano convento de la Latina y precisamente, en la parte de la calle se situaba un considerable plantel de Ruda, tal y como nos cuentan Cambronero, Répide…. Vamos a dejar tiempos más antiguos para centrarnos en los siglos XIX y XX que es cuando la calle cobra esencia.

Su posición geográfica, entre el nacimiento del Rastro, y la calle de Toledo, frente al mercado de la Cebada marcaron de forma indeleble su actividad, su configuración haciéndola subsidiaria de las actividades que se desarrollaban en sus extremos, y de ellas cobró características su comercio principal: venta de comestibles con deje de Rastro, es decir, baratos y las más veces de baja calidad. Galdós en Misericordia cuando nos habla de las peripecias de Benina para poder subsistir nos dice: “… no le era difícil adquirir comestibles a precio ínfimo, y gratuitamente huesos para el caldo, trozos de lombardas o repollos averiados, y otras menudencias. En los comercios para pobres, que ocupan casi toda la calle de la Ruda, también tenía buenas amistades y relaciones y con poquísimo dinero, o sin ninguno a veces, tomando al fiado, adquiría huevos chicos, rotos y viejos, puñados de garbanzos o lentejas, azúcar morena de restos de almacén, y diversas porquerías que presentaba a la señora como artículo de mediana clase.[1]

No sólo fueron esas actividades las que se desarrollaron en la calle, y antes de meternos en lo que era el meollo de su esencia, señalaremos que aquí tuvo su sede un establecimiento meritorio: el Hospital Asilo Oftalmológico del Doctor Santiago Albitos, cuyo nombre era Asilo de Santa Lucía. Inaugurada en 1884 era una clínica que funcionaba gratuitamente para los pobres y también con clientes hospitalizados de pago. Tuvo fama porque se llegaban hasta aquí enfermos de toda España para ser operados de los ojos. Ocupaba los cuatro pisos de una casa y es de imaginar que debía ser chocante el encontrar un hospital en una calle como esta, que dejaba bastante que desear en los aspectos sanitarios.

Políticamente fue una calle comprometida con los movimientos de izquierda y republicanos, así en el número 21 hubo un Centro Republicano y un Centro de Instrucción de Obreros muy dinámico, que incluso llegó a dar mítines feministas[2], dentro de otras muchas actividades divulgativas y formativas.

 

Un mercado y una calle sucia y molesta

Puede resultar difícil imaginar que esta breve vía pudiese albergar un mercado al aire libre y sin embargo así fue. La Ruda era durante casi toda la mañana un mercado bullanguero, animado, lleno de gente que se daba codazos y de banastas en el suelo o en tablones, tanto en las aceras como en el centro de la calle, con sus vendedoras pregonando la bondad de sus productos a voz en grito.

Si algo caracteriza a un mercado al aire libre es el problema que representa la limpieza, es decir su carencia y aquí parece ser que era absoluta. Lo normal es que cuando se habla de ella se la trate de muladar, zoco africano, foco de infección, etc. En El País se llega a afirmar: “La calle de Santa Ana sería una de las más sucias de Marruecos de no existir la de la Ruda, que es la calle más puerca del orbe[3], y en ABC, con motivo de una visita a Constantinopla, el periodista llega a afirmar que no le llaman mucho la atención los callejones en cuesta, mal empedrados, con casuchas, etc. porque conoce la Ruda[4]

Desde muy temprano los vendedores bajaban a la calle para ocupar su sitio y evitar que otro se lo cogiese[5], más tarde tomaban un café con aguardiente antes de iniciar la venta. Después llegaba la gente en tal cantidad que era imposible atravesar la calle si no era a paso de procesión y estando en riesgo de asfixia por la presión de la masa.

El riesgo de pisar cualquier desperdicio y caer era muy alto. Al suelo iban a parar los restos orgánicos que resultaban de la venta, la mayoría de tipo vegetal, pero no faltaban los de pescado, carne o cualquier otro. No hay que olvidar que, además de los puestos, en la calle, estaban las tiendas que a su vez sacaban cestas y tablas a la puerta, a cuya vera se arrojaban los restos. Blasco Ibáñez nos cuenta en La Horda: “En la calle de la Ruda tuvo que agarrarse del brazo de Isidro para poder andar sobre el asfalto resbaladizo, cubierto de hojas verdes, paja mojada y escamas de pescado.”[6]

Por supuesto el olor, especialmente en verano, era irrespirable. En estas circunstancias los riesgos por infección de que se alertaba en la prensa no eran simples palabras sino que tenían fundamentos demostrables. Ni que decir del ruido por el griterío de vendedores y el trasiego de gentes.

El mal estado de la vía pública parecía contagiar a los propietarios de casas porque muchas de ellas estaban en un estado lamentable[7], hay que entender que peor que las típicas casas de estos barrios.

Esta situación levantaba protestas que pedían soluciones o la supresión de la venta callejera, pero a pesar de ello el mercado siguió funcionando hasta 1936.

No está claro cuando comienza esta venta en la Ruda, pero ya en 1846 hay quejas en El Clamor Público[8] sobre que se sigan instalando puestos contra la voluntad municipal. El mismo periódico, meses más tarde[9], apunta el que los ambulantes no pagan tasas perjudicando a los establecimientos fijos y entorpecen el tránsito, pero estas demandas parece ser que ya caían en saco roto; “En vez de haber tomado en consideración nuestras quejas, la autoridad ha mirado con el mayor abandono este negocio; y en la actualidad parece que la concurrencia de vendedores ambulantes por aquella parte se ha aumentado de una manera prodigiosa”. También se denuncia que por estas molestias los enfermos muchas veces empeoran de sus dolencias[10], las casas pierden su valor, etc.

Las propuestas para resolver el asunto apuntaban al traslado de los puestos a otro lugar más espacioso, normalmente a la cabecera del Rastro. Otra proposición clásica y la más lógica, era llevar los cajones a los mercados más cercanos, en concreto al inmediato de la Cebada. Los proyectos de modificación solían chocar con la oposición de los vendedores ambulantes, celosos de su espacio y clientela y temerosos de no poder competir en precio en los mercados con los propietarios de tiendas.

Planes no faltaron. El de 1905 pretendía la creación de dos nuevos mercados, uno en Espíritu Santo y otro a espaldas del de la Cebada, sirviendo este último para trasladar, entre otros, a los vendedores de la Ruda. Fue tónica común la petición de nuevos mercados para aliviar la carencia endémica de Madrid en esta materia. Contra lo que pueda parecer el Ayuntamiento era receptivo a ello, pero unas veces por carencia de presupuesto (lo habitual) y otras por cualquier otro motivo, nunca se le daba solución.

Un escollo era la condición de mercado de abastos o central del de la Cebada, lo cual dificultaba el dar cobijo a los ambulantes en él y sólo se empezó a ver la luz del túnel cuando pasó a ser definitivamente un mercado de barrio por haberse construido el Central de Frutas y Verduras. Era 1935.

A pesar de todo siguieron los puestos en la calle y las protestas. Inclusive en algún momento la cuestión llegó a exacerbarse más de lo habitual entre las dos tipologías de vendedores. La Sociedad de Vendedores en General tuvo que elevar una nota a las autoridades aclarando que nunca se habían opuesto a la entrada de los vendedores callejeros en la Cebada sino que lo que pedían era que se hiciese en las condiciones higiénicas pertinentes.[11]

En noviembre cuando ya debería estar todo el traslado resuelto nos encontramos con quejas de los vecinos porque los comerciantes con local sacan puestos a las aceras, sirviendo de poco el haber quitado a los ambulantes[12]. En diciembre la Sociedad de Vendedores protesta nuevamente porque dentro del mercado hay gente que no es en pureza vendedor y porque los comerciantes de la Ruda siguen con puestos en las aceras. El alcalde argumentaba, según ABC, que los comerciantes no dejaban las aceras por haber pagado el arbitrio de ocupación de la vía pública. Para el periódico la solución es fácil: no cargar dicho arbitrio en el trimestre siguiente y hace un llamamiento a los compradores para que no adquieran nada en estos puestos.[13]

Incluso en diciembre de 1936, con motivo de obras en la Cebada, vemos que los antiguos ambulantes piden permiso para volver a la Ruda, y se les concede.

Tras la Guerra Civil parece que el mercado callejero desaparece definitivamente.

Una calle peligrosa

Parece claro que los estándares de seguridad pública no son los mismos en estos tiempos que en los pretéritos. Se puede afirmar que esta calle es infinitamente más segura ahora de lo que fue antaño. Para poder opinar con rigor sobre la peligrosidad de un entorno determinado es menester hacer un estudio profundo donde se evalúen una gran cantidad de parámetros. No es el propósito de este artículo, pero se ha tenido curiosidad por saber si era peligrosa la Ruda y, sin llegar a haber realizado una estadística minuciosa, se puede observar que la prensa la cita entre los años 1849 y 1935 en, al menos, más de setenta y nueve ocasiones. Este número es solamente el de noticias de lo que podríamos llamar “sucesos”. El periodo abarca unos ochenta y seis años, con lo cual raro es el año que no hay algún desaguisado de cierta importancia. Por supuesto los acontecimientos que podríamos llamar chirriantes o poco armónicos en plan de convivencia eran muchísimos más de los que figuran en estas cifras. En estos datos no están los relativos a los motines, algaradas y violencia en las manifestaciones de las verduleras de los que se habla en otro lugar. Así, creo, que se puede afirmar que una calle con  estos records fue violenta y me temo que hasta peligrosa.

Los momentos trágicos vividos en ella son diversos y van desde la simple riña con algún que otro ojo morado hasta el asesinato pasando por toda una gama de posibles delitos, muchos de ellos con origen en las borracheras gestadas en sus bares.

Entre los casos más graves, los de muertes o heridas de consideración he llegado a contar cuarenta y dos en el periodo indicado. Tenemos crímenes pasionales, homicidios tras una juerga de compadres, apuñalamientos, robos con sangre, etc. Los motivos son de todo tipo, incluidos los más peregrinos como por ejemplo el de un individuo que da de cuchilladas a su vecino de habitación porque le ha recriminado el no dejarle dormir con sus cánticos[14].

Si bajamos a una categoría menor en la escala, la de las lesiones menos graves, los escándalos, las riñas, etc. tenemos treinta y ocho noticias recogidas. No es que estos fueran menos que los más graves, sino que la prensa no los recoge por no haberse necesitado la intervención de la fuerza pública o por no ser noticia, sobre todo en lo referente a las cotidianas riñas de verduleras. Hay robos incluso cuando, a causa del incendio del Novedades, algunos vecinos han tenido que depositar sus pertenencias en la calle, de donde les desaparecen

Vamos a ver al menos el asesinato de 1905 y el rapto del niño de 1935.

El crimen de 1905 ocupó páginas en casi toda la prensa de Madrid. La peculiaridad de este homicidio radica en que fue un caso confuso y que pudo haber terminado con la acusación a un inocente. También es prototípico de la vida en los barrios bajos. Consistió en una pelea callejera entre dos individuos que acabó con la muerte de uno por un golpe de faca. La víctima, Aniceto Plaza, había estado gran parte de la tarde bebiendo en compañía de unos y otros rematando el día en el bar del 14 de la Ruda. Allí estaba, en compañía de su primo Ricardo, bailando al son de una dulzaina José del Rio, un mozo de pescadería. Como al tal Aniceto no le gustase como danzaba le espetó algo del estilo “Eso ni es baile ni es ná” y como el otro le respondiera “cada uno baila como sabe”, no siendo esto de gusto y conformidad del primero le invitó a resolverlo en la calle. Allí el resto es fácil de imaginar, salieron a relucir las navajas y uno cayó herido de muerte, Aniceto, saliendo ileso el otro.

Hasta aquí nada de especial y hubiera sido un caso sin más relevancia si no fuese porque la cosa se complicó por varios factores, a saber: el que no hubiese testigos directos del combate; después embrolla el tema la aparición en escena de un sereno que vio las escenas finales, es decir al homicida yéndose del lugar de los hechos y al cual detuvo momentáneamente; la negativa inicial de los dueños de las tascas del número 14 y del 21 areconocer la presencia de la víctima en sus locales; la declaración de un niño de 12 años (mozo de la taberna del 14) identificando erróneamente a un amigo del Aniceto, Federico, que había estado parte de la tarde bebiendo con él, como el agresor, al cual se parecía; la confusión del sereno al confundir la voz del criminal con la de Federico y hasta un blusón manchado de sangre que tenía este en su casa, estuvieron a punto de convertir este suceso en un error judicial y haber llevado a prisión de por vida a un inocente.

Todo tuvo un buen fin por la intervención de un eficaz policía y, sobre todo, por las declaraciones del primo y del dueño de la pescadería donde trabajaba el criminal. Su patrón se vio compelido a prestarle dinero para poder salir de Madrid rumbo a su pueblo natal en León. José del Río fue detenido en Venta de Baños y trasladado a Madrid, donde confesó inmediatamente todo.

Como se puede ver es un suceso que tiene gran parte de los elementos dramáticos típicos de estos barrios: alcohol, bronca por cualquier cosa, chulería, tirada de navaja fácil, etc.

En 1935 se da el rapto de un niño de dos meses a la luz del día y en medio de esta calle. Este tipo de delitos es asunto que moviliza y escandaliza a la ciudadanía. Este caso no podía ser menos y tuvo a Madrid en vilo, si bien no fue mucho tiempo.

El suceso, lleno de tintes folletinescos ocurre cuando una mujer, María Lage[15], corpulenta y bien vestida, aborda a Juana Villada, que iba con su hijo en brazos dispuesta a hacer la compra en la jungla de puestos de la Ruda. La primera la saluda como si la conociera dándola razón y señas de sus actividades como sirvienta. Se ofrece a tenerla a la criatura mientras la madre hace la compra, cosa a la que accede, pero apenas avanza en la calle recapacita y volviéndose hacia donde había dejado a la desconocida con su infante observa que ya no están.

La solución fue bastante rápida porque la raptora y la criatura fueron halladas cuatro días más tarde, aunque la conclusión final llevó un poco más de tiempo.

La criminal era la mujer del director de la cárcel de La Carolina, con una buena posición social y de primeras dadas, de excelente reputación, aunque parcialmente empañada por haber tenido una hija de soltera, que para estas fechas tenía ocho años.

Se había trasladado a Madrid con el propósito de robar un niño ya que, para recomponer su matrimonio que andaba mal encarrilado, se había fingido embarazada. Una vez aquí había localizado e informado de su víctima y contratado a un ama de cría para dejar al niño a su cuidado el tiempo suficiente como para poder volver luego a La Carolina con su falso nuevo vástago.

El plan se le truncó porque la mendiga contratada como ama de cría, vecina de Tetuán de la Victorias, sospechó que el niño que le habían encomendado era el que aparecía como robado en los papeles y denunció el hecho.

Resuelto el caso del rapto, la prensa tuvo otro motivo para llenar páginas: la vida de María Lage era toda una novela.

Las verduleras y las gentes de la calle

“La calle de la Ruda se ha convertido en una mansión de furias, a juzgar por los descompasados gritos y obscenas palabras con que algunas verduleras allí situadas corrompen el aire, por medio del cual llegan sus inmorales dichos a oídos de jóvenes honestas y de la pacífica vecindad. Las referidas vendedoras impiden además el tránsito e insultan a cuantas personas de ambos sexos tienen la desgracia de pasar, y de vez en cuando disputan unas con otras, resultando de semejantes contiendas una salva de puñetazos, tirones de orejas, repelones y zapatazos.” De forma tan contundente se expresaba El Clamor Público en 23 de julio de 1853.

Las verduleras de la Ruda eran unas mujeres curtidas por una vida en absoluto plácida y por un trabajo duro en el que era obligado pelear constantemente. Pelear con sus vecinas de puesto, con las vendedoras del mercado de la Cebada, con las clientas, con los guardias…. Muchas veces eran el sustento básico familiar, el único sueldo que entraba en la casa, y otras muchas eran descaradamente chuleadas por un guapo que vivía de ellas.

Desde niñas aprendían este trabajo y la verdulera solía serlo por descendencia de línea materna. Como muchas de las gentes de que poblaban los barrios bajos no era cosa rara el que sus padres no estuviesen casados ni tampoco que ellas hiciesen lo propio. Lo habitual es que apenas hubiesen ido al colegio y fuesen prácticamente analfabetas. El consumo de aguardiente, a veces en exceso, estaba entre sus prácticas habituales.

El trato que se las da, tanto desde la literatura como desde la prensa de la época, va desde la animadversión más profunda hasta considerarlas como la esencia del casticismo más puro. Obviamente hay que entender, usando una expresión que sería de ellas, que “ni calvo ni con dos pelucas”. Ni eran tan salvajes y depravadas como dice el ultraconservador El Siglo Futuro, que cada vez que quiere insultar a sus enemigos políticos los compara con ellas, ni esos seres simpáticos, dicharacheros, brutos y cándidos en el fondo, que nos cuentan los saineteros.

Los personajes típicos/tópicos y la calle en si misma fueron motivo común de poemas y coplas cómicas. Como ejemplo: “En la calle de la Ruda/ vive, si el vulgo no miente,/Pepa la Morrocotuda,/ la mejor hembra, sin duda, /que ha visto el siglo presente./ Vive con Pepa y aguanta/ las costumbres de la indina/ su madre, que es la cambianta/ más famosa y menos santa del barrio de La Latina…”[16] o “En Madrid, cerca del Rastro,/ en la calle de la Ruda,/ de la taberna del Tuerto/ en una trastienda oscura,/ arrimados a una mesa/ que lamparones deslustran/ la rota botella a mano/ y a mano la caña sucia,/ sobre si mucho te quiero,/ sobre si achares me abruman,/ charlando están Pepe, el Bizco,/ y Sebastiana, la Chula./ Quéjase ésta de que el otro/la de tormento con dudas,/ la obligue con bofetadas/ y la requeme con pullas/…”[17]

Tratar el habla de las verduleras y los habitantes de la zona daría para un tratado y escapa al propósito de este artículo, pero es obligado dar alguna pincelada. Es un idioma directo, inteligente, mordaz, ágil, y, sobre todo, descarado. Carlos Arniches en una entrevista en ABC de 1930 confiesa que “doy una vuelta por la calle de la Ruda a las horas del mercado y oigo muchas cosas”[18] Imposible terminar sin algún ejemplo: Como poner a caldo a una pareja de clientes insatisfechos: “¡La señorita del pan pringao! ¡El señorito que se sale por el cuello de la camisa! ¡Dios quiera que no le hagan a usted novillo para que lo mate el Oruga!”[19] A una clienta que está tocando la mercancíaPero oiga usté so escuchimizá: ¿S’ha figurao que las naranjas están aquí pa que usté juegue con ellas a la taba?”[20] Una vendedora a una clienta con la que ya ha discutido previamente porque el hijo de la verdulera ha empujado a la compradora “…-Bueno, bueno déjeme usted en paz./ –No se ponga usté flamenca que eso ya no se estila. Además, que bueno es saberlo, pa mañana traer el papel sellao. ¡Digo! y si lo quiere usté en pergamino/ –Bien, señora. Hemos terminado/ –Como usté quiera; pero vamos, con la conversación se ha distraído usté y s’ha quedado encefalítica echando naranjas de extranjis en el capacho. Fíese usté de las apariencias… ¡Camará con doña No Me Empujes!”[21]

 

Los motines

 Los motines de las verduleras eran temidos y temibles, tanto por el asunto en si como por las protagonistas que no se achantaban lo más mínimo cuando la cosa se ponía fea, y eran capaces de enfrentarse a cualquier cosa que se les pusiese delante con una fiereza que imponía.

 Se habla de “motines” muy a la ligera, y, tal vez, porque a la prensa le venía bien para meter el susto en el cuerpo a los políticos de turno. Estos famosos motines las más de las veces no eran más que huelgas y disturbios callejeros que no duraban más que unas horas o a lo sumo un día. No obstante los hubo de campanillas.

 Por supuesto estos disturbios no son imputables en exclusividad a las vendedoras de la calle que nos ocupa, sino que era asunto general de todas las verduleras de la ciudad aún cuando las de la Ruda solían estar en primera línea.

 La principal causa, obviamente, era la económica, y dentro de esta categoría los impuestos municipales estarían en cabecera. La gestión del cobro de estos últimos no era materia fácil para los munícipes y algunos mecanismos rozaban el esperpento, así nos encontramos con el relato que nos hace La República en 1891[22]donde nos cuenta la pugna entre el guardia y la picaresca de los vendedores: el cobrador se ve obligado a esperar pacientemente frente a los vendedores a que hagan la primera venta para poder lanzarse a cobrar, pero estos en cuanto consiguen los primeros dineros lo que hacen es escamotearlos a la mayor velocidad posible, así un niño vendedor de alfileteros sale corriendo, perseguido por el guardia, a comprar un panecillo y en cuanto lo consigue le hinca el diente para no tener que devolverlo, una verdulera le da el dinero a su hija pequeña para que lo lleve volando a su abuela y, lógicamente el guardia no puede aguantar el ritmo de la carrera de la criatura, etc. Esto que parece un juego muchas veces acababa como el rosario de la aurora, llegando la cosa a mayores.

El motín de julio de 1892 fue, probablemente, el de mayor envergadura. El origen está en el fuerte incremento del impuesto sobre la venta de verduras que había establecido el alcalde conservador Alberto Bosch. Se llegó a subir de unos 15 céntimos por término medio por banasta hasta los cincuenta céntimos.

Las vendedoras del mercado junto con las de las calles aledañas fueron de las primeras en negarse a pagar. Comenzó una tumultuosa jornada llena de incidentes. Según El Siglo Futuro[23] fue una revuelta esencialmente femenina ya que pocos hombres participan, al menos en sus comienzos.

Los guardias encargados de cobrar el impuesto, visto el cariz, desistieron de ello, pero los ánimos no se calmaron. Unas 10 ó 12 mujeres se trasladaron a Lavapiés donde conminaron a sus iguales a secundar la lucha. A las 8 todos los mercados estaban en pie de guerra. Y a esa misma hora se presentaba el Gobernador en la Cebada anunciando su disposición a oír las quejas en su despacho, marchándose inmediatamente y dejando una sección de la guardia civil a caballo apostada en las inmediaciones del café de San Millán.

Desde la Ruda y la Cebada, unidas tanto las vendedoras ambulantes como las de puesto fijo, salieron unas doscientas[24] en dirección al centro, previo paso por las calles inmediatas para forzar el cierre de todas las tiendas, enfrentándose  con los tenderos que se negaban

Al frente de las de la Ruda estaba la “Sarasate”, mujer de rompe y rasgaque arengaba con eficacia a sus huestes que enarbolaban, al igual que las de otras procedencias, banderas rojas, negras, verdes… de donde colgaban pimientos, pepinos, lechugas, etc.

Las amotinadas se encaminaron a hablar con el Gobernador, tal y como este había indicado. Se nombró una comisión y la autoridad decidió la retirada del impuesto si desistían de su actitud. Como las comisionadas tardasen las que esperaban pensaron que las habían apresado. Y comenzó una auténtica guerra.

El combate entre la guardia civil y las verduleras fue duro, unas lanzando piedras y los otros cargando a sablazos, hasta que tuvieron que recurrir a las armas de fuego tirando al aire en la calle Mayor, en el Mercado de San Miguel y sobre todo en la Plaza Mayor, donde los enfrentamientos fueron más violentos.

El Gobernador dio un bando a las 13 horas ordenando el cese de las algaradas so pena de una mayor intervención de la fuerza pública, pero la sublevación siguió por la tarde abarcando todos los barrios. La preocupación del Gobierno era mayor porque esa tarde regresaba de Aranjuez la regente y la corte a Madrid y temían cualquier cosa en el trayecto de los carruajes. No en vano a esas horas ya se habían derribado varios tranvías. Así las cosas y ante la inmediata llegada de la regente hubo que recurrir al ejército y sacar al regimiento de dragones de Montesa nº 10 para proteger la estación de Mediodía y a otras diversas secciones militares en las inmediaciones de Palacio, Ópera, Sol, Sevilla y las Cortes.

Con la noche llegó la calma a una ciudad que mostraba los restos del combate por doquier, habiendo calles por las que había que transitar a oscuras por no quedar un farol sano. Pegado en las esquinas un bando municipal anunciaba que se dejaba sin efecto el impuesto de la discordia.

En el balance de ese tres de julio tenemos la pedrada que recibió en el pecho el Gobernador, marqués de Bogaraya, por la que enfermó y tuvo que ser sustituido provisionalmente; la detención, sin motivo aparente, de varios miembros de la Unión Republicana y la de ciento dos participantes en el motín; unos treinta heridos atendidos en centros sanitarios, y una cantidad desconocida, pero muy superior, que se curaron como pudieron; y, según El País[25] , un muerto en la calle Mayor por sablazo de un guardia civil y otros dos más sin confirmar, uno en la calle de la Ruda.

Pasada la primera jornada, las vendedoras también se negaban a pagar los quince céntimos[26], pero tras unos días de tensión se avinieron a cotizar  y volvió la calma. Quedaron tocados políticamente el alcalde, el Gobernador y el Gobierno de Cánovas mismo, que este año de 1892 cayó, no necesariamente por este claro triunfo de las verduleras.

En abril de 1914 nos encontramos con una huelga de verduleras de cierta importancia, ahora por discrepancias entre asentadores y vendedoras. También a fines de junio hubo algaradas promovidas por el público que ante una subida abusiva del pan y las patatas asaltaron tahonas y puestos y en concreto en la Ruda saquearon todos los puestos callejeros tirando al suelo y pateando la mercancía. Los tumultos fueron de tal calado que acabaron con el ejército patrullando las calles.

Un incremento de un veinticinco por ciento en el precio de las verduras, efectuado por los asentadores de un día para el siguiente y sin previo aviso motivó otro de los motines sonados, el de principios de año 1919. Como reacción a ello comenzaron los propietarios de puestos la huelga y el cierre forzoso de comercios. La situación se convirtió en complicada y el Ayuntamiento se vio entre la espada y la pared ya que si daba la razón a las vendedoras, como era proclive en primera instancia, se arriesgaba a una huelga de asentadores, que sería nefasta porque lograría el desabastecimiento de Madrid. La solución para calmar a todos fue prohibir los revendedores.

Acabamos aquí el tema de los motines y esta historia de la calle de la Ruda, aunque aún daría para mucho más.

 

Bibliografía

  • Las calles de Madrid” .Pedro de Répide.
  • Las calles de Madrid”. Hilario Peñasco y Carlos Cambronero
  • Misericordia” – Benito Pérez Galdós
  • La Horda” – Vicente Blasco Ibáñez
  • Prensa de la época, especialmente:
  • EL CLAMOR PÚBLICO 16/12/1846, 27/02/1847, 05/12/1849
  • LA ÉPOCA 04/12/1849, 07/07/1892, 23/02/1905, 14/04/1914, 17/051935, 21/05/1935
  • EL IMPARCIAL 20/02/1905, 21/02/1905,31/08/1916, 06/07/1921, 03/10/1924, 27/09/1928
  • EL SIGLO FUTU
  • RO 03/07/1892, 20/02/1905, 21/02/1905, 25/08/1931, 20/05/1935
  • EL LIBERAL 04/07/1892, 21/02/1905, 06/06/1912
  • EL PAÍS 16/11/1887, 03/07/1892,07/08/1897, 21/02/1
  • 905, 15/04/1914, 01/07/1914, 22/02/1905,06/10/1917, 28/05/1935
  • EL HERALDO DE MADRID 01/11/1892, 19/08/1892,19/07/1904, 21/02/1905, 15/03/1929, 21/05/1935, 08/01/1936
  • LA CORRESPONDENCIA DE ESPAÑA 21/02/1905
  • EL GLOBO 22/02/1905
  • LA LECTURA DOMINICAL 20/02/1909
  • MUNDO GRÁFICO 17/06/1914
  • EL SOL 03/01/1919, 04/01/1919, 25/09/1928
  • LA LUZ 30/05/1932
  • ABC 01/07/1914, 01/03/1916,13/03/1930, 03/081933, 12/012/1935
  • LA LIBERTAD 22/08/1924, 23/05/1935, 25/12/1935
  • EL CLAMOR PÚBLICO 23/02/1853
  • EL DIA 19/06/1885, 15/11/1887
  • DIARIO OFICIAL DE AVISOS 26/01/1890
  • LA IBERIA 02/02/1890
  • LA REPÚBLICA 12/07/1891
  • LA CORRESPONDENCIA MILITAR 02/08/1899, 30/06/1914
  • LA VOZ 04/09/1924,25/04/1927, 23/01/1935, 01/10/1935
  • LA MADRE Y EL NIÑO Octubre 1884
  • LA ESPERANZA 08/10/1847
  • MADRID CÓMICO 16/11/1889
  • NUEVO MUNDO 05/01/1905
  • GACETA POLÍTICA 28/08/1908
  • LA CORRESPONDENCIA DE ESPAÑA 31/03/1909
  • LA DISCUSIÓN 06/08/1884
  • LA IBERIA 15/06/1854

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Autor del artículo

Alfonso Martínez

Comentarios

Sara(hace 10 años)

Hola Alfonso,

darte las gracias por el excelente artículo. Soy vecina de la calle desde hace un tiempo y, aunque intuía que era una calle con solera, no conocía la historia tan interesante que alberga.

Gracias de nuevo y enhorabuena por el escrito

Alfonso Martínez(hace 11 años)

Hola Antonio, le respondo a su comentario del artículo sobre la calle de La Ruda en La Gatera de la Villa.
Efectivamente las huertas del Manzanares pillaban relativamente cerca de esta zona. No tengo constancia, ni recuerdo ninguna cita específica, que indique que los comerciantes en verduras de La Ruda se abasteciesen en ellas.
Sus principales proveedores eran los del Mercado Central de Abastos y los intermediarios (de esto gran parte de los problemas), pero es seguro que compraban donde podían, muchas veces saltándose la normativa municipal y buscando (logicamente) el mayor beneficio. En ese caso no es descartable en absoluto que se proveyesen en la huertas del río.
Espero que le haya servido mi respuesta. me alegro que le haya interesado el artículo y quedamos a su disposición.
Un saludo
Alfonso Martínez

Alfonso Martínez(hace 11 años)

Hola Antonio.

Efectivamente las huertas del Manzanares pillaban relativamente cerca de esta zona. No tengo constancia, ni recuerdo ninguna cita específica, que indique que los comerciantes en verduras de La Ruda se abasteciesen en ellas.
Sus principales proveedores eran los del Mercado Central de Abastos y los intermediarios (de esto gran parte de los problemas), pero es seguro que compraban donde podían, muchas veces saltándose la normativa municipal y buscando (logicamente) el mayor beneficio. En ese caso no es descartable en absoluto que se proveyesen en la huertas del río.

Espero que le haya servido mi respuesta. me alegro que le haya interesado el artículo y quedamos a su disposición.

Un saludo

Alfonso Martínez

Alfonso Martínez(hace 11 años)

Hola Antonio.

Efectivamente las huertas del Manzanares pillaban relativamente cerca de esta zona. No tengo constancia, ni recuerdo ninguna cita específica, que indique que los comerciantes en verduras de La Ruda se abasteciesen en ellas.
Sus principales proveedores eran los del Mercado Central de Abastos y los intermediarios (de esto gran parte de los problemas), pero es seguro que compraban donde podían, muchas veces saltándose la normativa municipal y buscando (logicamente) el mayor beneficio. En ese caso no es descartable en absoluto que se proveyesen en la huertas del río.

Espero que le haya servido mi respuesta. me alegro que le haya interesado el artículo y quedamos a su disposición.

Un saludo

Alfonso Martínez

ANTONIO(hace 11 años)

Mi abuela tuvo una verdulería en esa calle, y en ella nació mi madre en 1923. Galdós, en Misericordia, creo que habla de la proximidad de esa calle con las huertas de la orilla del Manzanares ¿ Es posible que de esas huertas se proveyesen los verduleros de La Ruda y La Cebada? ¿Tiene alguien información sobre esto?

Gracias.

riojerte | hostales en madrid(hace 12 años)

Qué curioso! En esta calle vivía un novio que tuve.
Anda que no hemos paseado por ella cuanod iba a verle.
Y sobre todo cuando su familia no estaba..jajaja

bueno, de eso ha pasado ya muchos años.

Muchas gracias por los buenos recuerdos que me han venido a la cabeza

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