El monasterio de Santo Domingo el Real y la Madona de Madrid

La demolición del convento

En 1868, tras el triunfo de la Revolución de Septiembre que derrocó la monarquía borbónica en la persona de Isabel II, se instituiría en España un Gobierno Provisional presidido por el general Prim  con el Duque de la Torre como Regente, hasta tanto y en cuanto se encontrara nuevo candidato a ocupar el trono español. En Madrid, se estableció una Junta Municipal Revolucionaria que designó como Alcalde a Nicolás María Rivero, dirigente del Partido Demócrata y que había ocupado la vicepresidencia de la Junta Revolucionaria. Firme partidario del sufragio universal y de la libertad religiosa, el Ayuntamiento de Rivero impulsó también medidas radicales de carácter anticlerical a las que denominaron de "salvación popular". Entre dichas medidas, adoptadas con la justificación de planes de urbanización, se mandaron demoler Iglesias, como la principal de Madrid, de Santa María de la Almudena, para favorecer un trazado rectilíneo de la Calle de Bailén que enlazara con comodidad con el futuro Viaducto que habría de cruzar sobre la Calle de Segovia; la Iglesia de Santa Cruz, por su amenazante estado de ruina; la de San Millán, y, el conjunto que en este caso nos interesa, el Monasterio de Santo Domingo el Real.

El devenir histórico de Santo Domingo el Real

Este multisecular monasterio, había sido fundado por dos frailes, fray Pedro de Madrid y fray Suero Gómez, ambos pertenecientes a la Orden de Predicadores que había sido fundada por Santo Domingo de Guzmán, en el año 1218, en unos terrenos próximos a la Puerta de Balnadú, perteneciente al recinto amurallado cristiano, para destinarlo a casa de religiosos de la rama masculina. No obstante, al cabo de dos años el propio Domingo de Guzmán llegó a Madrid y decidió dedicar el monasterio a la rama femenina. Se ha pretendido que ello derivó de la  comodidad con la que vivían los frailes en dicho convento a consecuencia de las dádivas que llovían sobre dicha comunidad por parte de la nobleza y del pueblo llano, pero lo cierto es que hay que recordar que el santo fundador había iniciado la fundación de la orden primeramente con religiosas. La fundación de la rama masculina llegaría unos años más tarde. El papa Honorio III aprobó definitivamente la fundación de este monasterio mediante una bula dictada en el año 1220. A partir de esta fecha, y a lo largo de las Edades Media y Moderna, y merced al patrocinio y donaciones de monarcas, nobleza y pueblo se había convertido en uno de los cenobios de religiosas dominicas más ricos e influyentes de Castilla.

En su conjunto, aparte de innumerables objetos de arte y bienes muebles de valor histórico inconmensurable, destacaban estructuras arquitectónicas como el coro de su iglesia, diseñado por el genial Juan de Herrera, un magnífico claustro obrado en la primera mitad del siglo XVI por Gaspar y Luis de Vega que, en aquellos años completaban y reformaban los alcázares reales de Toledo y de Madrid; y no terminaríamos en justicia esta incompletísima relación si no mencionáramos el magnífico ábside de la Iglesia , edificado en estilo mudéjar entre los siglos XIII y XIV, con rico muestrario de arcos entrecruzados, y del que apenas se conserva una vieja y nebulosa fotografía.

Desamortizado el monasterio, y desalojadas las religiosas de su casa original, continúa la Orden de las Dominicas ejerciendo su sagrada labor en un convento cuya construcción ya resulta añeja, dentro del contexto del Madrid actual.

En la época en que el Gobierno Revolucionario sentaba sus reales en España, comenzaba lentamente su construcción el "Ensanche" de Madrid, más conocido con el nombre de su principal promotor, el Marqués de Salamanca. Pues bien, las monjas exclaustradas vinieron a establecer su nueva residencia a esta barriada en construcción en la época de la Restauración borbónica en la persona de Alfonso XII. En concreto, se les concedió un solar en la Calle de Claudio Coello, esquina a la de Lagasca.

El Monasterio en la actualidad.

Encargado el proyecto al arquitecto D. Vicente Carrasco en 1879, en muy pocos años las religiosas pudieron ocupar sus nuevas dependencias, ampliando las actividades de su vida contemplativa con la actividad docente enfocada a niños de los dos sexos aunque - eso sí- en pabellones separados. El actual edificio es una magnífica realización en ladrillo visto del denominado neomudéjar madrileño del que afortunadamente, y aunque se han producido bastantes demoliciones, quedan numerosos y estimables ejemplos en la geografía urbana madrileña. Los antiguos pabellones escolares, se sitúan a ambos lados de la iglesia y dependencia conventual, que se retranquean en relación a la alineación general de la calle, dejando un atrio ante la portada del templo que se cierra mediante verja, si bien hay que decir que hoy día ya no se imparte actividad docente en el monasterio. El suelo del atrio, de planta rectangular, exhibe una inscripción en hierro fundido, con la leyenda “SANTO DOMINGO EL REAL. MM. DOMINICAS” con el escudo de la Orden de los Frailes Predicadores, consistente en cruz “paté” de color blanco, que pertenecía a la familia de los Guzmán. La fachada principal del templo, mudéjar en su concepción y en la disposición del ladrillo, no dejar ver sin embargo arcos de herradura, siendo todos ellos de medio punto, estando sustentada por pilastras toscanas de ladrillo, entre las cuales, y en los cuerpos de fachada segundo y tercero se abren ventanas en arco de medio punto. El segundo cuerpo muestra hornacina en arco de medio punto entre dos ventanas algo menores de tamaño pero de la misma configuración arquitectónica, en la que podemos observar escultura pétrea de Santo Domingo. Se encuentra rematada la fachada por un frontispicio triangular, centrado por un óculo, recubierto todo el frontón por decoración de "sebka”, elemento decorativo en forma de rombos, este sí de origen estrictamente islámico y muy utilizado en el neomudéjar madrileño. Se corona el vértice del frontón por cruz de forja. Las pequeñas torres laterales se rematan por sendas espadañas,  con huecos de medio punto, albergando la de la derecha una campana. Las espadañas se rematan también por pequeñas cruces.

Accedemos a la iglesia a través del atrio, cubierto de bóveda plana y que sustenta el coro alto de las religiosas. El interior del templo muestra una planta centralizada de forma octogonal, cubierta por cúpula. La nave se sustenta por grandes pilastras de orden toscano, en las que se apoya la cornisa reforzada por ménsulas pareadas, siguiendo la tradición arquitectónica barroca del siglo XVII. En los laterales se abren arcos de medio punto, de sencilla moldura, rematadas por ventanas termales, tan usadas en la arquitectura bajo imperial romana en sus monumentales termas (de ahí su denominación), la cuales se encuentran cerradas por vidrieras elaboradas en el siglo XIX con representación de santas de la orden dominica (como Santa Catalina de Siena, Santa Margarita de Hungría, Santa Rosa de Lima, entre otras).

Al presbiterio se accede por escalinata por su elevación en contraste con el resto del templo. Se encuentra rematado por bóveda de cañón, destacando en su centro un resplandor de Gloria, con la representación de la paloma del Espíritu Santo. En la parte inferior derecha del presbiterio podemos contemplar el coro bajo, y en el opuesto la puerta de entrada a la sacristía. Sobre ambos elementos destacan ventanas cuadrangulares cerradas por enrejados de forja.

Preside el presbiterio el retablo mayor, elaborado en los años 40, tras los destrozos sufridos en la Guerra Civil. Aunque imita mármol, está realizado en estuco pintado, como los restantes retablos del templo, para abaratar costes. Se compone de una única calle, flanqueada por dobles columnas de orden corintio sobre altos plintos, de capiteles y basas dorados y fustes de tonalidad verde, veteados. Las columnas dan escolta a una gran hornacina rematada por medio punto avenerado que cobija una gran escultura de Santo Domingo de Guzmán, titular del templo y del monasterio. Vestido con su hábito blanco y negro, que distingue a los dominicos, aparece acompañado a sus pies por un pequeño perro que porta en su mandíbula una pequeña tea encendida, según la visión o sueños que experimentó la beata Juana Aza, madre del santo, en los que aparecían unos perros del Señor (los “Domini Canes”) que incendiaban el mundo. Porta el santo titular un báculo rematado por una cruz, y el orbe del mundo a sus pies, junto al pequeño can. Se remata el retablo por frontón curvo partido convexo, siguiendo la tradición barroca, en cuyo centro dos querubines sustentan escudo heráldico.

El primer retablo que encontramos al acceder al templo por la zona de los pies, y lado de la epístola, de diseño neoclásico aunque también contemporáneo, flanqueado por un par de columnas y rematado por frontón triangular, se corresponde con el de Nuestra Señora del Rosario de Fátima. Fue realizada por talleres de Olot en la posguerra, pero sigue modelos del escultor vallisoletano del siglo XVIII, asentado en Madrid,  Luis Salvador Carmona (1708-1767). Se representa a la Virgen María, sentada en trono y sustentando en su regazo al Niño Jesús en actitud de bendecir con la mano derecha. La Virgen viste túnica dorada ceñida con cinturón de hebilla circular, y cubierta por un manto azul con elementos florales cuadrifolios dorados cerrado por un broche circular con rostro humano. Tiene la particularidad de llevar un ligero velo rematado por corona que permite mostrar su larga cabellera castaña ondulada.

Dirigiéndonos hacia la derecha desde los pies de la iglesia, accedemos por una escalera que conduce a una tribuna inferior (la superior corresponde a las religiosas),  en cuyo fondo se abre una pequeña capilla que cobija uno de los tesoros de este monasterio: la Pila Bautismal de Santo Domingo de Guzmán. Procede de la iglesia parroquial de Caleruega (Burgos), lugar del nacimiento del santo en el año 1170. Fue entregada en donación por Alfonso X El Sabio a las dominicas de esta población que fueron trasladadas al Monasterio de San Esteban de Gormaz por el mismo Santo Domingo. Con posterioridad a la canonización de Domingo de Guzmán, el Rey Fernando III el Santo donó la pila a las religiosas de Santo Domingo el Real de Madrid. Se viene utilizando para bautizar a los miembros de la Familia Real española –en concreto al Príncipe o Princesa de Asturias, y a los infantes e infantas, hijos de los monarcas y del Príncipe o Princesa de Asturias-; y ello se viene efectuando desde el año 1605 en que lo fue el futuro rey Felipe IV en Valladolid (durante el período en que la capital de la Monarquía Hispánica se asentó en dicha ciudad castellana, entre 1601 y 1606), hasta la época actual. Curiosamente, nuestro actual monarca D. Juan Carlos I no fue cristianizado en esta pila al haber nacido en el exilio, en Roma, en el año 1938. La pila es de piedra blanca tallada, de aspecto similar al mármol y datable en el siglo XI. Su parte exterior está recubierta por un engaste de plata con relieves de oro realizado en el año 1771 en sustitución de uno más antiguo que se encontraba deteriorado. La parte media del engaste está recorrida por una cenefa con adornos de palmetas; los refuerzos laterales están labrados en plata bañados en oro, y la parte superior del borde la pila muestra los anteriormente referidos relieves de oro, que representan los escudos de España y de la Orden Dominica (la Cruz patada y lisada). En esta recogida capillita podemos contemplar, asimismo, tras la pila bautismal, una moderna escultura que representa a Sto. Domingo.

La veneración mariana de los madrileños.

Todos los madrileños conocemos la tríada de Vírgenes que tradicionalmente han sido objeto de la devoción, cuando no de la rivalidad por ensalzarlas por parte de los hijos de la Villa y Corte. Unos se declaran hijos de "La Paloma", otros fervientes seguidores de la "Virgen de Atocha”, y unos cuantos más entregan su amor filial a "La Almudena". Es cierto que en esta ciudad, acostumbrada a lo largo de su historia a acoger con los brazos abiertos a los hijos de los cuatro puntos cardinales, no se han producido los enfrentamientos devocionales característicos de Sevilla (por destacar una de las magníficas ciudades andaluzas), donde los cofrades, hermanos o simples devotos expresan con apasionamiento enfervorizado su convencimiento de la superioridad de "su" Virgen sobre las restantes; de esta manera unos formarán partido con su "Esperanza Macarena", otros con su "Esperanza de Triana", otros... Para qué seguir. Vivimos en la tierra de María, como bien se encargaba de recordarnos durante su vida terrenal el Beato Juan Pablo II, y cada ciudad, cada aldea, cada rincón de España tendrá su catedral, monasterio, ermita u oratorio donde se venera a la que para ellos es "su" Virgen, y no dejarán de sorprenderse de que fuera de su ámbito comarcal a veces no llegue siquiera a conocerse su existencia... la de la Madre de Dios a la que han rezado desde su más tierna infancia, y antes que ellos, sus padres, sus abuelos...

Madrid, abierta a las corrientes inmigratorias ya desde el asiento de la Corte con Felipe II en 1561, y sobre todo con la traída de aguas por el Canal de Isabel II en 1858 y, convertido el flujo inmigratorio en caudal desbordado, a partir de la finalización de la Guerra Civil en 1939, ha acogido a los hijos de las distintas regiones de España, que han terminado por convertirse en madrileños integrados en la ajetreada vida de la gran urbe, y consecuentemente han conocido y aprendido a amar las tradiciones con más solera de nuestra Villa: sus verbenas, sus romerías, sus santos -no te olvidamos Isidro Labrador-, y ¡cómo no!, sus advocaciones marianas. No obstante, no han olvidado sus raíces, y han traído entre su equipaje los santos y las vírgenes de sus mayores; algunos se han llegado a integrar dentro de las manifestaciones públicas de devoción de nuestra ciudad. No hay más que ver la fastuosa procesión del Jueves Santo con las sevillanas imágenes de Jesús del Gran Poder o de Nuestra Señora de la Esperanza Macarena, ésta última piropeada -"¡guapa, guapa, guapa!"- con la más pura espontaneidad andaluza. El carácter madrileño, aunque matizado por la alegría desbordada de los hijos de inmigrantes meridionales, no deja de ser, no obstante, más templado y austero en sus manifestaciones religiosas populares, a la usanza del entorno castellano del que formamos parte geográfica e históricamente, divisiones administrativas modernas aparte.

Amando y venerando las imágenes marianas de estirpe genuinamente madrileñas mencionadas al principio hemos, no obstante, cometido el "pecado" de relegar prácticamente al olvido otras imágenes que bien merecerían, no ya su mero conocimiento, sino una destacada veneración por parte del pueblo. Y ya va siendo hora de que empecemos a descorrer el tupido velo de la ignorancia que durante demasiados años ha ocultado a los madrileños una preciosa y antiquísima imagen de nuestra Madre de los Cielos que merecería enaltecerse junto a las popularísimas Paloma, Atocha y Almudena.

La madona de Madrid

El interior de la clausura del madrileño Monasterio de Santo Domingo el Real aloja la imagen mariana protagonista del presente artículo.

Consiste en una talla de madera policromada con unas medidas de  100 centímetros de alto, 45 centímetros de anchura y 20 centímetros de fondo, que representa la imagen de la virgen "theotokos", es decir, en su iconografía de Madre de Dios. Aparece sedente en un trono bajo, en cuya peana se aprecian una serie de recuadros polícromos con las representaciones heráldicas alternadas de Castilla y León. Tanto la Virgen como el niño Jesús sentado en su regazo aparecen envueltos en mantos hasta los pies. La Virgen aparece actualmente tocada de corona almenada dorada dejándose ver al descubierto su melena. Su mano izquierda sujeta el hombro del niño Jesús, mientras que su mano derecha, levantada, sostiene una flor, semejante a una flor de lis, símbolo por excelencia de la pureza de la Madre de Dios. La imagen muestra, estilísticamente, ser de transición del estilo románico al gótico. Caracteres románicos evidentes son la frontalidad de la Virgen que se muestra con una contención de gesto bastante hierática; el atuendo de la Virgen y el Niño, que muestran la disposición de pliegues característicos desde el arte bizantino; o la falta de contacto visual entre la Madre y el Redentor. No obstante, la  Virgen, en esta iconografía de “theotokos” apenas es algo más que el Trono Maternal del Salvador. Elementos que anuncian el gótico es la sonrisa que muestran ambos personajes; más acentuada si cabe en el Niño Jesús. Sonrisa y expresividad del rostro que ya había reflejado el Maestro Mateo en su suprema obra del Pórtico de la Gloria de la Catedral de Santiago de Compostela, ejemplo magno de obra escultórica de transición del románico avanzado hacia el gótico. Es destacable, asimismo, cómo gira el cuerpo el Niño Jesús hacia los fieles en acto de bendecir con su mano derecha en tanto sostiene con su mano izquierda un libro apoyado en su muslo derecho. Esto dota a su representación de una naturalidad y ausencia de hieratismo de la que carece la imagen de la Madre.

Esta imagen, de transición del estilo románico al gótico, suele fecharse hacia finales del siglo XIV, aunque generalmente se ha atribuido a una donación más del Rey Santo Fernando III, ya que tomó Monasterio bajo su protección en el año 1228,  favoreciéndole extraordinariamente con privilegios y donaciones, como la que efectuó en 1231 de la conocida como "Huerto de la Reina o de la Priora", que estaba ubicada en parte de la actual Plaza de Oriente, restando en el callejero de Madrid la conocida como Calle de la Priora, breve callejón que sirve de unión entre la Costanilla de los Ángeles y la Calle de los Caños del Peral. El Rey Fernando III falleció en Sevilla en 1252 y, por su concepción estilística, esta imagen parece al menos siglo y medio posterior a la fecha antedicha. Aunque no hay que descartar el hecho de que efectivamente la imagen hubiera sido donación de este monarca, dadas las restauraciones y repintes que sufrió a lo largo de la historia, y a su semejanza con imágenes contemporáneas a la época del Rey Santo. Sin embargo, el hecho de que la peana del trono esté ornada con los símbolos heráldicos de Castilla y León quizá pueda deberse a donación efectuada por la infanta de Castilla Dª Constanza, que fue priora del convento de Sto. Domingo el Real aproximadamente desde 1417 hasta 1462, falleciendo en 1478. Consta documentalmente que mandó traer el cuerpo de su abuelo, el célebre D. Pedro I el Cruel, muerto traicioneramente a manos de su hermano D. Enrique de Trastámara en Montiel en 1369, al que hizo trasladar y enterrar en la capilla  mayor del templo de Santo Domingo,  encargándole en 1448 un hermoso túmulo con su estatua orante el cual, gracias a Dios, se conserva actualmente el Museo Arqueológico Nacional, junto con la sepultura y la imagen yacente de Dª Constanza.

No obstante, es difícil que la imagen de esta Virgen madrileña llegue a ser conocida, ya que no se venera en el templo del actual convento, sino en la zona de clausura, cuyo acceso está lógicamente vedado a cualquier persona no perteneciente a la comunidad religiosa.

Apéndice para un pequeño Tesoro

Una última joya, atribuida también a donación de la Priora Dª Constanza de Castilla, la constituye el conocido como “Niño Jesús sentado en silloncito”. Es una imagen realizada en madera policromada y estofada, con incrustaciones de rubíes según la técnica de cabujón que ornamentan su túnica exterior, parcialmente cerrada con alamares, y portando un medallón con los símbolos de la Pasión (la Cruz, el martillo, las tenazas y la corona de espinas).  Con unas medidas de 44 centímetros de altura, 24 de anchura, y 20 de fondo, muestra la imagen del Niño Jesús, de edad como de dos años, dormitando sobre la palma de su mano con el codo izquierdo apoyado en el sillón. Su mano derecha sujeta una calavera, alusión directa a su profetizado Sacrificio Redentor en el monte Calvario o Gólgota, bajo el que se supone se hallaba enterrado el cráneo de nuestro primer padre, Adán. Aunque se atribuye su donación a la infanta castellana cuando ingresó en el monasterio a comienzos del siglo XV, y así lo indica una cartela a los pies de la imagen (“Esta escultura perteneció a Dña. Constanza de Castilla, hija del Infante D. Juan y nieta de D. Pedro, quien la cedió al convento de Santo Domingo el Real donde fue priora”) y la imagen ha sido datada tradicionalmente en el siglo XIV, realmente su depurada concepción estilística, así como las vestiduras que exhibe el Niño, nos haría avanzar cronológicamente su elaboración hasta el siglo XVI. Además, existen ejemplos escultóricos muy similares y perfectamente datados, como esta imagen del “Niño Jesús dormido”, de escuela española y datada a finales del siglo XVI, cuya diferencia más significativa en relación al Niño que se custodia en Santo Domingo el Real, es que en lugar de sujetar una calavera lo hace con un “orbe”, representación del universo.

Sólo nos queda agradecer desde estas líneas la amabilidad y generosidad de la Comunidad de Religiosas Dominicas del Monasterio de Santo Domingo el Real, de Madrid, representadas en la persona de la Madre Priora, por las facilidades que nos han otorgado en la realización de este reportaje sobre su templo y los tesoros artísticos que tienen en custodia, y manifestar nuestro deseo de poder contemplar y venerar en el templo abierto al culto público tanto la imagen de la Madona de Madrid, la gran desconocida de las advocaciones marianas madrileñas, como la del tierno Niño Jesús, incrementando con ello aún más el acervo histórico – artístico y devocional de nuestra ciudad para conocimiento y disfrute de madrileños y visitantes.

Bibliografía

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  • García Gutiérrez, Pedro F. y Martínez Carbajo, Agustín F. (2011): “Iglesias Conventuales de Madrid”. La Librería, Madrid.
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  • Montero Vallejo, José Manuel (2003): “El Madrid Medieval”. La Librería, Madrid.
  • Répide, Pedro de (1981): “Las calles de Madrid”. Afrodisio Aguado, Madrid.
  • VV.AA. (2003): “Arquitectura de Madrid. Ensanche”. Fundación COAM, Madrid.
  • VV.AA. (1999): “La Memoria Selectiva, 1835-1936. Cien años de conservación monumental de Madrid”. Comunidad de Madrid.
  • VV.AA. (1986): “Exposición conmemorativa del Primer Centenario de la Diócesis de Madrid-Alcalá”. Caja de Madrid, Madrid.

Origen de las ilustraciones

Fotos: Juan Antonio Jiménez (salvo indicación en otro sentido).

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Julio Real

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