A la felicidad por la electrónica (y II)

La era del vídeo (el de verdad, el de las cintas)

Los magnetoscopios estaban todavía confinados, allá por los 70, al ámbito de los estudios de grabación o de unas pocas universidades y empresas, pero la miniaturización fue popularizando su extensión al gran público. Hubo intentos de construir vídeos domésticos reproductores de cassetes con bobinas coaxiales, como las viejas cintas de cine de Super 8, e incluso se pusieron algunas unidades a la venta en nuestro país, pero el "boom" definitivo del Vídeo coincidió con la celebración del Campeonato Mundial de Fútbol en 1982. Los sistemas coaxiales quedaron definitivamente desbancados por los coplanares, con las bobinas una al lado de la otra, como en los cassettes de música.

La firma japonesa JVC, -antigua Victor- presentó su Sistema de Video Doméstico, es decir, el Video Home System, y este fue uno de los sistemas que se ofrecieron a la venta en 1982, junto con multitud de televisores en color, pues a propósito del Mundial de fútbol también hubo muchos madrileños que aprovecharon para reemplazar su receptor de blanco y negro por el de colorines. Reinaban todavía las marcas europeas en los hogares, con preferencia por la Philips, la Telefunken y la Grundig, y el video supuso la entrada de las del Imperio del Sol Naciente, capitaneadas por la JVC con su vídeo VHS y la Sony con su Beta. El Beta, coplanar como el VHS, llegó a ser el favorito en los primeros momentos, y algunos técnicos lo señalan como el superior de aquellos años. La industria europea reaccionó con el sistema V2000, si bien tuvo muy poca difusión. El Beta, a pesar de estar respaldado por un gigante industrial como Sony, cayó en desgracia y desde 1987 ya dejó de pintar gran cosa en el mundillo tecnológico, y el VHS pasó a ser casi sinónimo de "video" al quedar como el standard. Incluso hoy, con los modernos sistemas digitales de DVD y Blu-rays, se siguen fabricando cintas VHS, y aparatos reproductores preparados para convertirlas a DVD.

Además del circuito oficial de distribución de aparatos, existía un importante mercado de contrabando, y se daba el caso de empleados de grandes organismos como la Telefónica o la Renfe que pedían el traslado -aun temporal- desde ciudades de las consideradas "grandes" y cómodas a otras situadas en zonas fronterizas como Lleida o Salamanca para sacarse sustanciosos sobresueldos con el trapicheo. El paso fronterizo de La Fregeneda, en el Douro portugués, fue muy frecuentado por los contrabandistas de vídeos, que se unían a otros "profesionales" de más "tradición" como los que pasaban café o tabaco. A partir de aquel futbolístico año de 1982 los españoles se fueron incorporando a salarios y condiciones de vida un poco más europeas, y la entrada en la entonces CEE en 1986 fue acabando con el contrabando, aunque muchos de sus practicantes se acabaron enrolando en actividades mucho más perjudiciales para la sociedad, como el tráfico de drogas duras.

La economía sumergida encontró en los vídeos, una vez llegados a la ciudad -por medios fiscalmente correctos o no-, otras maneras de sacarles tajada. Algunos proyeccionistas de salas de cine, que todavía eran cines "de verdad" y no habían sido reducidas a anodinas multisalas -o directamente demolidas- salían a altas horas de la madrugada de sus lugares de trabajo, y sacaban durante unas horas varios de los rollos de 35 milímetros que exhibían regularmente. En una noche, las cintas eran llevadas a un laboratorio más o menos compinchado con el operario y con las mafias del VHS pirata, y en un "telecine" eran pasadas al formato U-Matic (especie de VHS más grande, y de más calidad, destinado a estudios de grabación, publicidad, etc...). Los "piratas" ya tenían un "máster", y las películas de cine de 35 milímetros eran devueltas a la sala de proyección antes del amanecer. El proyeccionista se sacaba su comisioncita, y por el día, en otro laboratorio, otras personas se hacían de oro conectando el U-Matic con la cinta "máster", por medio de cables, a decenas de grabadores de VHS para surtir el circuito pirata de los videoclubes.

El videoclub fue una de las instituciones de barrio surgidas de las nuevas tecnologías de los años 80. Como pasaba con las librerías "progres" de la dictadura, que tenían una trastienda o cajón donde los clientes de confianza del dueño podían acceder a los textos vetados por el Régimen, los videoclubes de los primeros años de democracia tenían a menudo una "zona B" donde los "iniciados" podían comprar las películas pirateadas, cuya carátula era a menudo una simple fotocopia. En fotocopias tamaño A4 circulaban también verdaderos catálogos de estas redes de distribución, que eran rentabilísimas, pues las copias legales de VHS podían llegar a costar 11.000 ó 12.000 pesetas (un capitalito por aquel entonces) y además muchos estudios históricos de cine eran reacios todavía al vídeo, no liberando al nuevo formato nada más que una pequeña parte de su fondo editorial de films. Los piratas cubrían ese vacío, permitiendo que poco después de estrenarse las películas en los cines de 35 milímetros, pudieran verse comodamente en el salón de casa. Lo del "top manta", como se ve, no es ni mucho menos un invento de nuestros días.

La firma británica AMSTRAD, capitaneada por Alan Sugar, llega a fabricar un vídeo VHS dotado de 2 pletinas, es decir, un aparato que es visto por muchos como una invitación directa a la piratería aunque también facilita mucho el intercambio casero de cintas sin intención de delinquir. El aparato se acaba extinguiendo de los escaparates, unos dicen que por un éxito brutal, otros dicen que por presiones de los estudios de cine, pero la verdad es que el mismo trabajo puede realizarse acoplando dos videos normales por medio de un simple cable coaxial. Donde sí triunfa apabullante la idea de las dos pletinas es en el mundo de los cassettes de música, y desde 1987 hasta 1993, año arriba o abajo, hay circulando por las casas y por las calles más radiocassettes de dos pletinas que de una. No solo para que los amigos se intercambien canciones, sino para el floreciente mundo de los microordenadores de 8 bits, que también funcionan con esas cintas.

La movida cibernética

Efectivamente, a eso de las 11 de la mañana, cuando suele ser el tiempo de recreo, los profesores de EGB están sobresaltados por el gran intercambio de cassettes que se produce entre los chavales. Aunque tras años de cuplés y boleros reina en Madrid su majestad el Rock, seguido de sus ministros el Punk y el Pop, nadie se explica qué vocalista o compositor puede estar impulsando esa proliferación de cintas en lugar de los cromos de D' Artagnan o de "La Vuelta al Mundo en 80 Días". Algunos colegios, con pedagogos europeizantes, saben realmente de qué va la cosa, y saben que es más o menos inofensiva, pero en la mayoría las reacciones oscilan entre la sorpresa y el mosqueo. En las habituales redadas donde se confiscan chicles y cromos de "La pandilla basura", en busca del tal LSD que todo el mundo dice que se reparte a la puerta de los colegios, pero que nadie ha visto nunca, caen las primeras cintas del ZX Spectrum, o del AMSTRAD (que acabará absorbiendo al Spectrum) o del MSX -este ya más minoritario en España -.

Uno de esos profesores multifunción, parientes de alg ún amigo de un primo del director, que han sido contratados para impartir gimnasia pero que luego acaban dando música o dibujo técnico, con lo que acaban creyéndose que la clave de sol es una elipse y que Bach corría el maratón de Nueva York y el de Vallecas, introduce la cinta en el radiocassette, como diciendo ¡Ya te he pillado, gaznápiro, a ver qué rocanroles traes aquí de esos de melenudos y de drogotas!. No suenan baterías ni bajos, pero sí un galimatías incomprensible de chillidos metalizados. Evidentemente va a ser verdad eso que dicen de que el "Heavy Metal" es cosa del demonio, y se convoca un claustro de profesores. Acaban llamando al empollón de la clase, que tiene un tío en el ICAI del bulevar de Alberto Aguilera y por tanto ha visto destellos de un cristianismo menos obturado por la boina que el de sus "compis". El chaval acaba explicando que el ruido, metido en un ordenador por medio de un cable, es un videojuego, y que como los "diskettes" -que entonces son de 5 y hasta de 8 pulgadas- todavía solo son habituales en los bancos y en los ministerios, el consumidor de a pie tiene que grabar sus programas en cintas de cassette del mismo tipo que en las que suena Obús o Barón Rojo.

El director del colegio, que es el único que ha viajado un poco, se muestra tolerante, y ordena al empollón que devuelva al otro chaval el jueguecito, en el que no ve peligro de consideración. El músico-atleta-delineante para entonces lo único que tiene en la cabeza es preguntarle al empollón qué es eso de la perspectiva axonométrica, porque en la clase de la tarde tiene que explicarlo él a otros cuarenta celtiberitos, y a pesar de los tres años que lleva dando la asignatura, todavía no le entra muy bien en la mollera. El resto de docentes pasa del asunto, menos uno, que como también está en el pluriempleo, esta vez de las matemáticas, el latín y la biología, tampoco se entera mucho de qué va la cosa. "Ah, ya sé lo que es esto: el destrozatelevisores ese". Por si acaso, cada vez que vea a un chaval con una cinta, le destinará a quedarse sin recreo escribiendo "cincuenta palabras con diptongo". U otra manera de gastar minutos al tun tun. Habrá meses, allá por 1987, en los que los colegios del norte y del sur, del este y del oeste, de Orcasitas y de Fuencarral, de Pozuelo y de Coslada, tendrán a la cuarta parte de sus pupilos de 11 a 14 años sin recreo, lo cual tiene sus ventajas, pues entre todos se soplan los diptongos con más facilidad que si los reos fueran dos o tres. Además, el matemático-biólogo controla rudimentos de la lengua latina, pero no tanto de la castellana, por lo que le acaban colando gatos por diptongos, digo hiatos por liebres, y problema solucionado. El intercambio de cassettes, allá en la calle, en el mundo real, sigue imparable.

Sobre la "movida" musical de los 80 se han llenado muchos kilómetros de papel en los periódicos y muchos kilómetros de cinta magnetofónica en los programas de radio. Según van pasando los años, se van teniendo visiones con cierta perspectiva, como la del periodista y escritor Javier Adrados, que en las biografías que ha hecho de bandas como La Unión o Mecano hace ver que en realidad hubo varios focos de creatividades.

-1 Estaba la "movida" oficial, en la que Alaska o Almodóvar parecían ser los que otorgaban "carnet" de "modernos" a los demás según les gustaran, con resultados dispares, como ha pasado con Alaska, que ultimamente parece alinearse más con la contrarrevolución radiofónica que con las vanguardias.

-2 Luego habría otro foco, el de los dos grupos biografiados por Adrados, que se nutría en parte de ex-colegiales de Nuestra Señora del Recuerdo (en un Chamartín que perdía por entonces parte de su casco viejo, por el que paseó Napoleón, asediado por cada vez más torres y torres de pisos). La Compañía de Jesús, sobre todo después de los 60, era con diferencia la vanguardia intelectual del mundo católico, y por eso sus alumnos, en vez de crecer rodeados de acémilas como la del "destrozatelevisores" pudieron entender a tiempo lo que era un Commodore (otro cacharrito similar al Spectrum, pero con más posibilidades de servir como instrumento de música) Este foco fue sin duda lo más "mass-mediático" que tuvo el pop español, con cerebros como Nacho Cano (el Mike Oldfield o el Jean-Michel Jarre castellano) todavía no devorados por el ego, capaces de vender discos como rosquillas pero a la vez de traer aires nuevos, pues hasta entonces la categoría de los "superventas" estaba copada por Julio Iglesias o por el nacionalflamenquismo.

-3 Por otro lado estarían lo que podemos -ya con nuestras propias palabras- denominar las "contramovidas" como los galaicos Siniestro Total, que también recalaban por Madrid a menudo. Mezcla de punks, de humoristas y de agitadores, criticaban tanto a los "casposos" previos a la explosión cultural como a los diletantes listillos que se subían a su carro para hacerse los modernos. Otra acción de gamberrismo cultural la tenemos en el Aviador Dro y sus Obreros Especializados, con parafernalias propias de los Kraftwerk, de los Devo e incluso precursoras de algunas iconografías de los Rammstein, pero con un toque sarcástico que les enlaza parcialmente a los Siniestro Total. En 2010 todavía se dejan ver -y oir- de vez en cuando.

-4 Fuera de las categorías de Adrados y de esta mención a los más críticos de entonces, no podemos olvidar a artistas de algunos años antes, parte de la "pre-movida", venidos de la Argentina sojuzgada por Videla & Cía. Ahí estaban los Tequila, pero también Moris.

-5 Había también la "movida política", que más que una categoría en sí era una entidad que se podía superponer a las otras categorías (como a la del gamberrismo desmitificador). El ejemplo más claro era "La Bola de Cristal", programa emitido por TVE-1, que su creadora Dolores Rico Oliver (Lolo Rico para el común de los televidentes) definía como una convergencia entre la Movida Madrileña (que tenía vertientes de todos los colores ideológicos) y el pensamiento de izquierdas. La Bola se emitió entre 1984 y 1988, cuando algún elemento del ala más conservadora del PSOE ordenó el cese de su emisión por ser demasiado radical (en 1986 nos habían elegido como país olímpico y había que dar una imagen de lugar supuestamente "serio"). En efecto, el espíritu de "todo por y para el 92" acabó con la frescura cultural traída por la primera legislatura de Felipe González, aunque algunos de los nuevos líderes de la generación llegada con Zapatero (caso de Leire Pajín) han acabado reconociendo a "La Bola" sus méritos. Desde la década del 2000, La Bola ha tenido una importante rehabilitación moral en forma de ediciones de los programas en DVD, libros y comunidades de seguidores por Internet, procedentes, ojo, de todos los credos y doctrinas, que reconocen su valor para formar, desde pequeñitos, televidentes críticos que puedan dudar y contrastar lo que les suelte unidireccionalmente la pantallita. En webs como la de salacomun.losforos.es puede uno encontrarse a personajes como “Atalaya”, “Betty”, “Naranjito”, “Fétido Addams”, y algunos otros irreductibles de La Bola, bajo cuyos nicks se esconden verdaderos animadores socioculturales del estilo de los que en los años 80 poblaban las ondas de la CB.

-6 Y finalmente, creamos una categoría aparte para Rosendo Mercado, de Carabanchel, y Luz Casal, criada en Asturias pero luego asentada no lejos de Canillejas, practicantes de estilos de música cada vez más diferentes el del uno del de la otra, e imposibles de integrar en cualquiera de las categorías anteriores. Son ellos mismos, y punto, sin sumarse a etiqueta o rebaño conocido. Quizá por eso han sido los que mejor han sabido sobrevivir al paso de los años, a la banalidad cultural de los años 90, y a las tentaciones y espejismos de la fama. Ambos se forjaron musicalmente a la estela de Miguel Ríos, pero luego le superaron ampliamente y brillaron con identidad propia.

Hasta aquí la movida musical. Pero nos toca hablar de cómo los videojuegos de los 80 reflejaban las inquietudes culturales de igual o mejor manera. De los países anglosajones, entonces gobernados por Margaret Thatcher y Ronald Reagan, nos llegaban los matamarcianos de toda la vida, ahora convertidos en "matarrojos" como Operation Wolf, Rambo y similares. En "Infiltrator", donde uno se ponía en la piel de un piloto occidental, hasta se simulaban las comunicaciones por radio del helicóptero, pero con texto en vez de con voz (el sistema de audio de los Spectrum era demasiado espartano) y los enemigos nos gritaban lindezas como "¡Muere, capitalista traidor!". Otros videojuegos como "Moon Alert", aventura de un todoterreno lunar asediado por los alenígenas, ya buscaban la compatibilidad del Spectrum con un aparatito llamado CURRAH MICROSPEECH, sintetizador de voces, pero aunque el juego circuló bastante por la Celtiberia, ya no lo hizo tanto el accesorio.

Precisamente fue la efervescencia de innovación, irradiada de la música, la que posibilitó que de la casa de discos Dro pudiera nacer su "spin-off" informático Dro Soft, y que un país con escasa tradición tecnológica como el nuestro (la tuvo, sí, pero muy lastrada por las guerras civiles de los siglos XIX y XX) pudiera ver arraigar en su suelo una clientela para los programas de los microordenadores (no solamente los videojuegos, sino algunas aplicaciones serias) e incluso algunas empresas de hardware y de software. En un pueblo llamado Casar de Cáceres, a las afueras de dicha capital extremeña, se ensamblaban los ordenadores DRAGON 200, de tecnología inglesa, aunque desaparecieron pronto al hacerse los Spectrum, Commodores y Amstrad con casi todo el mercado. Luego estaban, como decimos, los MSX, que no eran una marca, sino un estándar de compatibilidad establecido por las diversas marcas japonesas para que no pasara con los videos antes citados de Sony y de JVC, por lo que a España llegaron MSX de varios fabricantes. Fueron muy populares, pero en Japón. Aquí ya casi todo lo tenían copado los británicos.

El todopoderoso Corte Inglés no dudó en crear una filial de hardware, llamada Investrónica, que luego se abrevió a "Inves" -y todavía sobrevive-. Investrónica fabricó bajo licencia algunas versiones del ZX Spectrum, del modelo Plus (que ya contaba con teclado del "duro", en vez de las ineficaces teclas de goma de las primeras series). Pero también había multitud de pequeñas fábricas que suministraban accesorios como lápices ópticos, interfaces para acoplar joysticks, etc...

En la glorieta de Quevedo estaba el Sinclair Store, tienda que vendía gran parte de estos repuestos, tanto de la Sinclair original como de los pequeños talleres -había un lápiz óptico para el Spectrum fabricado en España, el Trojan, pero estos accesorios sucumbieron cuando el periférico por excelencia de los ordenadores pasaron a ser los ratones-. Por Argüelles había tiendas específicas de videojuegos, ya fueran legales o piratas, y en la calle Montera alguna tienda de discos de música acababa haciendo sitio también a los nuevos productos. Algunos iniciados traían a Madrid artilugios de importación para aumentar enormemente las prestaciones de los microordenadores, como las unidades de disco, mil veces más rápidas que las cassettes, y mil veces más fiables que las ZX Microdrives. La última versión del Spectrum, la Plus 3, ya venía con unidad de diskette incorporada, pero fue un "canto del cisne", al ser ya más un producto de Amstrad que de la tecnología original.

Pero sin duda el mundo de la microinformática cetíbera de esos años está ligado a una sola palabra: MICROHOBBY. Esta revista era el vehículo de unión de todo "colgado" que se preciara de tal (la generalización del término "friki" es muy posterior) y en ella se explicaban todo tipo de trucos y virguerías informáticas. Los lectores más orientados a los videojuegos esperaban como agua de mayo los determinados "POKES", que eran unas instrucciones del lenguaje BASIC con las que se podían alterar de una en una determinadas posiciones de la memoria interna de los microordenadores. De la manera siguiente, tecleando:

POKE 23609, 9

La posición de memoria número 23609 (de las 65536 posibles en un Spectrum de los más habituales) adquiría el valor 9 (de los 256 posibles). En circunstancias normales estos pokes podían alterar algunas variables del sistema como el pitido de las teclas al ser pulsadas, pero cuando había un videojuego cargado en la memoria, servían para alterar el juego a modo de trampas, con lo que el protagonista podía adquirir, por ejemplo, el poder de atravesar paredes en los laberintos, o la capacidad de disparar infinitas balas sin necesidad de reponer munición.

Los lectores más "técnicos" tenían acceso a artículos más elaborados, donde coexistía el POKE con el RUN, el RANDOMIZE, el LOAD, y otras palabrejas del BASIC, para que pudieran crear sus propios videojuegos (del Microhobby salieron verdaderos artistas digitales) o incluso aplicaciones de uso no lúdico. Un microordenador de esos años tenía 16, 48 o 64 Kb (kilobytes) de memoria RAM utilizable por el usuario, es decir, menos de lo que en la actualidad ocupa la fotito que nos ponemos como avatar en los foros de Internet, pero aun así, hubo genios que consiguieron hacer procesadores de textos capaces de funcionar en tan reducido espacio y de controlar las también muy limitadas -y ruidosas- impresoras.

El Microhobby se distribuía con una parte en texto impreso y otra en cassette, con programas de toda índole, pero mucho mejores que los que distribuían otras editoriales en forma de "Enciclopedias de Software" (a menudo meros pirateos de softwares extranjeros). Las cassettes de Microhobby traían cosas tan diversas como simuladores de estrategia militar o sintetizadores de voz (esta vez definidos por software y no por hardware como el Currah Microspeech) en los que las primeras palabras que tecleaban los chavales, eran, evidentemente, "gilipollas", "cabrón" y cosas por el estilo, lo que facilitaba bromas y grabaciones de todo tipo, que muchas veces eran enviadas por teléfono. Otro género de gamberrismo electrónico, antecedente lejano del "spam", era el del "despertador automático". La Compañía Telefónica Nacional de España, cuando todavía era propiedad de dicha España y no de unos pocos españoles privilegiados que se dedican a bombardear a los demás con telemárketings de toda condición, tenía algunos servicios de una ingenuidad pasmosa, como el de dicho despertador. Muchos celtiberitos, aunque parezca increíble, todavía carecían de reloj, por lo que había un número al que se llamaba y te daba la hora con una voz artificial que decía

"Son las quince horas, veintidós minutos, treinta segundos. PIIIP".

La versión ingenua de la cosa era el despertador, al que se podía acceder desde cualquier cabina de la calle, con otra voz que decía

"Despertador Automático. Marque sin colgar su número de teléfono, y a continuación, la hora de despertar, con cuatro números".

Lo ponían a huevo, así que si uno había tenido un mal día con la suegra, con el jefe, con el presidente de la comunidad de vecinos o con el sursum corda, no tenía nada más que buscar su nombre en las llamadas "Páginas Azules" -dos tomos, en el caso de Madrid-. Época curiosa: por un lado los datos de domicilio y teléfono de casi toda la población eran públicos a través de la guía telefónica. Por otro, la red telefónica, aunque reconocía el número de procedencia para cobrar el servicio -la factura o las monedas de la cabina- requería que se marcara ese -u otro- número para el despertador, dando por hecho que todo el mundo iba a usarlo "en serio". Conclusión: que llegó un momento en que hasta el gato bajaba a la cabina a programar el despertador para que le sonara a sus enemigos a las 3 o las 4 de la madrugada. Al descolgarse, salía la vocecita de "Son las tres horas, dos minutos, veinte segundos. PIIIP" lo que generaba muchos sobresaltos vecinales cuando de repente se oía algún "¡Cabrones!" no surgido precisamente de un sintetizador de voz sino de un agraviado. Como tantas otras veces, los españoles pasamos de ese extremo -la ausencia de privacidad- a obsesiones enfermizas por la ciberprotección, más de una vez alentadas por la televisión post-1989 y sus pantojos/as, sus jesulines/as y sus situaciones delirantes del tipo "le has hecho una foto a mi novio/a, te voy a meter una querella que vas a flipar"

Volviendo al Microhobby, existió hasta que los ordenadores "grandes" tomaron el relevo de los "micros", aunque las fronteras todavía no estaban muy definidas. Los PC -de entonces- empezaban en 256 y 512 Kb, y los Spectrum de los últimos modelos tenían ya 128 Kb de memoria, lo que posibilitó la creación de videojuegos como "La Abadía del Crímen", adaptación de la novela "El nombre de la Rosa" de Umberto Eco. Este videojuego fue creado en España y hoy es reconocido, incluso a nivel mundial, como un ejemplo de las posibilidades asombrosas de los ordenadores "pequeños". Es más, como los PC estaban todavía orientados más a las oficinas que a las casas particulares -basicamente para procesar texto y cálculos en dichas oficinas- sus prestaciones a nivel de gráficos o de sonido podían ser inferiores a las de muchos "micros" como el Commodore. La evolución del Commodore en los últimos años 80 y primeros 90 fue el Amiga, que hoy todavía cuenta con algunos clubes minoritarios de fans, aunque el futuro ya se perfilaba como lo conocemos hoy, es decir, con casi todo funcionando a base de PCs menos las aldeas de Astérix que prefieren el MacIntosh, menos compatible pero mucho más fiable (es casi invulnerable a las legiones de los Césares, digo, de los virus y spywares).

El espíritu vacilón de los 80 se refleja en algunos títulos de los videojuegos, como "Ramón Rodríguez: Aventuras y desventuras de un punki de akí", "Cosme albañil y los alienígenas"... nada que envidiar a bandas de música del tipo de "Un pingüino en mi ascensor". El "Ramón Rodríguez" del primer título no era sino un punki con su cresta que tenía que cumplir todo tipo de misiones, desde cruzar el Muro de Berlín hasta pilotar un Space Shuttle y sortear monstruos diversos (si se puede considerar monstruos a bocinas de bicicleta dotadas de rostro y de poderes para volar), pero todo ello a ritmo de una banda sonora compuesta por "Clavelitos" y canciones de tuna similares. Ni a Javier Gurruchaga, ni al posterior Alex de la Iglesia, se les habría ocurrido una puesta en escena tan lisérgica para sus shows televisivos ni sus películas. Lo dicho: hay que empezar a reivindicar el "ala informática de la Movida".

Y ya se nos ha hecho de día

“ Piiing. Cliriririlí”

Ocho y veintidos minutos, hora exacta.

Continúa el atasco en la Nacional III a la altura de Santa Eugenia por la rotura de una tubería. La Dirección General de Tráfico recomienda el desvío por la Avenida de la Albufera.

“ Piiing. Cliriririlí”

Ocho y veintitrés minutos, hora exacta.

Sol y su Horóscopo. Mal día para los Piscis. El ascendiente de Júpiter....

Pues de tanto contar batallitas se nos ha hecho tarde y los locutores de Radio España ya nos están recordando, con su programa “Radio Hora”, que ya ha amanecido, y que la llegada de la radiación solar está despojando a la Onda Media de su carácter de radio de largo alcance, y que hasta la llegada de la siguiente noche esa misma emisora no podrá volver a oírse a miles de kilómetros de distancia en vez de a unos pocos centenares. Radio Hora y Radio Reloj, otro programa muy similar existente en una emisora de Cuba, fueron homenajeados por el cantautor francoespañol Manu Chao en la canción “Me gustas tú”. Poco iba a durar Radio Hora (desapareció en 1998) y el resto de la programación de la cadena, que en los 90 ya funcionaba con un logotipo realizado con un diseño tan tosco que auguraba poco porvenir. En octubre del año 2000 el Grupo Planeta adquirió gran parte de las acciones de la empresa y al año siguiente se acordó que la única función de Radio España sería la de gestionar la infraestructura de los transmisores y antenas, por los que se pasaría a radiar la programación de Onda Cero, que hasta entonces solo disponía en Madrid de transmisores de FM. El hecho de disponer de una de las antenas de Onda Media en Madrid tenía un enorme valor simbólico, y consolidó a Onda Cero como una de las cadenas “grandes” de la ciudad y del país. Decía adiós, con esta situación, la que había sido la primera emisora de radiodifusión de toda España.

El platillo volante del espacio y del tiempo nos espera para volver a un tiempo ¿mejor? ¿peor? donde se lo devolveremos a sus pilotos franceses. Solo podemos decir, como reflexión final, que el 23 de marzo de 2006 las sucursales del Banco Español de Crédito abrieron sus puertas a las doce menos algunos minutos de la noche, formándose colas de más y más personas en la acera desde bastante tiempo antes. ¿Asistíamos a una reedición del crack neoyorquino del 29 o del corralito rioplatense? ¿Se había producido una repentina falta de confianza del peatón en los custodios de sus “monises”? ¿Una manifestación surgida por convocatoria espontánea para reivindicar el Fuero de Madrid o contra las hipotecas a medio siglo?.

No, no era nada de eso, no cunda el pánico, no había llegado el terremoto financiero internacional -llegaría en 2008- ni cohortes de ex-millonarios de condición recién “ex-trenada” se dedicaban a imitar a Supermán desde las ventanas de la Torre Picasso -en el supuesto de que la Torre Picasso disponga de ventanas que se puedan abrir-. La razón de la inesperada “sesión de noche” bancaria la teníamos en la llegada de la Playstation-3, panacea y purga de Benito contra todos los males del país cual advenimiento del Mesías, bajado de los cielos del Mercado para redimir a los contribuyentes de a pie de su hastío electrónico. Hasta la Banca, representante mayúsculo del poder económico “de toda la vida” tuvo que hacer horas extras y plegarse ante los nuevos Electroduendes del Consumo, so pena de pillar fama de “obsoleta” ante la opinión pública. Uno tras otro, los noctámbulos que habían pactado en los días previos depositar el fruto de sus cuarenta y tantas horas semanales de trabajo -delante de una pantalla- en la entidad crediticia, iban recibiendo el premio, a veces directamente de manos de la propia Ana Botín, de poseer antes que nadie el nuevo objeto de deseo, para pasarse con él -delante de otra pantalla- el resto de las horas de la semana, con lo cual, y si descontamos las horas de sueño, se puede decir ya que la pantalla es una parte tan integrante de sus vidas como su retina o su cristalino.

La videoconsola ha dejado ya de ser “el destrozatelevisores ese” y el tradicional desprecio de la etnia celtíbera por los avances científico-técnicos, en un golpe de péndulo, fue derivando en un auténtico culto, con asiduidad de secta, hacia objetos de fetichismo dotados del poder de alargar la infancia (mejor dicho, lo malo de la infancia) hasta los 40 años. La primera gran predicación de este culto se dio en el año 1999, cuando desde los púlpitos televisivos nos empezaron a prevenir contra el peligro del salto al año 2000, momento en que si nuestro ordenador doméstico no era de un modelo demasiado actual, se desencadenaría en un pis pas el Apocalipsis del Silicio, con la máquina cobrando vida propia para lanzarse a la yugular de su dueño. Hasta telefilmes se hicieron sobre el temita, con cuarteles de los Ejércitos donde los ordenadores celebraban la Nochevieja disparando misiles indiscriminadamente, buscando quizá hacer blanco con Ramontxu García en la Puerta del Sol. La paranoia del “virus del Milenio”, como todas las paranoias, tuvo sus incondicionales, y el efecto buscado por sus propagadores -que todo el mundo comprara Personal Computers nuevos porque sí, aunque solo los usara para jugar al póker o al buscaminas- fue logrado con éxito total.

Pues un servidor lo va a usar, pero para ponerse un CD, y a escuchar a los Fleetwood Mac.

 

La fotografía del magnestocopio está extraída de la revista "Electrotenia popular". El resto son obra del autor del artículo, Juan Pedro Esteve.

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Autor del artículo

Juan Pedro Esteve García

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