Floristas, ramilleteras, violeteras… ¿aves de primavera?

Nos guste o no, todos, vivimos con los estereotipos. Unas veces son naturales, nacidos del sentir común, y otras están creados artificialmente. Hay ocasiones en que están gestados por los dirigentes para justificar sus políticas y otras es la invención del escritor, del artista, el que hace nacer una figura que a veces tiene poco que ver con el original. En cualquiera de los casos, para que sea calificado como tal, el estereotipo tiene que penetrar, quedar bien grabado en el imaginario popular. Si esto es algo bueno o malo es tema de análisis y discusiones profundas y, desde luego, no es el propósito de este artículo. Aquí vamos a tratar de cómo podrían ser esas floristas que iban y venían por la calle de Alcalá o esas violeteras que aparecían en Madrid como “aves precursoras de primavera”.

Hay seguramente más motivos pero, probablemente, las máximas responsables de como suponemos actualmente a estas mujeres son dos canciones: el cuplé La Violetera y el pasodoble Por la calle de Alcalá. El primero es de 1914, de José Padilla, fue estrenado en Barcelona por Carmen Flores y después cantado múltiples veces, sobre todo por Raquel Meller y finalmente convertido en película en 1958 con Sara Montiel como actriz. El segundo ve la luz dentro de la revista Las Leandras, obra de Francisco Alonso estrenada en 1931, con gran éxito, y considerado hoy en día poco menos que un clásico dentro de la música y la iconografía madrileña. Estas dos composiciones calan tanto en el público que se suele imaginar a aquellas floristas ambulantes como unas jóvenes alegres, hermosas y cantarinas que anuncian la primavera y alegran la vida de la calle con su sola presencia.

Pues, lamentablemente, no parece ser esa la verdad exacta o, por lo menos, no es la verdad completa. Tenemos que empezar por aclarar que en el Madrid del XIX y principios del XX el negocio de la floristería dejaba mucho que desear comparado con el de otras ciudades. A la cabeza se encontraba París, siendo sus maestros floristas, jardineros y cultivadores de los más afamados del mundo y de la industria principal derivaban como ramas naturales las vendedoras ambulantes, que si bien tenían fama de “ligeras de cascos” gozaban de admiración entre el público propio y foráneo. En nuestro país Barcelona y Valencia eran las dos ciudades punteras en este asunto. Las floristas de las Ramblas tenían una merecida fama de buenas profesionales y sus flores se vendían mucho y bien, y las valencianas se preciaban de tener un arte que demostraban cumplidamente año tras año cuando llegaba la fiesta de la Virgen de los Desamparados.

Muy al contrario las más de la veces las ramilleteras madrileñas acababan encuadradas, al menos municipalmente, en la legión de personas sin oficio, mendigos y golfos. Por ejemplo parece ser que ya hacia 1757 son citadas en una disposición que limitaba el acceso al paseo del Prado a gentes molestas para los viandantes, figurando junto a los que llevaban capa, las limeras[1] y otras “mujeres perjudiciales”[2] Y es que el Prado junto a los teatros era uno de sus tradicionales ámbitos de actuación.

Lo más habitual en la prensa de aquel entonces es que en vez de tratarlas como esas idílicas aves precursoras de primavera las considerasen rapaces dispuestas a dejar a su víctima sin un real encima. Claro está que los que escribían en aquel entonces eran hombres y no podían ver con buenos ojos el taimado artificio que las floristas usaban para vender, consistente en estar al acecho de los paseantes del sexo masculino. Cuando estos se aproximaban a una mujer ellas lanzaban su ataque, flor en ristre y se la endiñaban ora a la dama, ora al caballero para que este se comportase como el galán que se le suponía. En la cuestión del pago había variaciones, pero todas podían llegar a ser perniciosas para el forzado cliente: algunas se conformaban con la voluntad, una voluntad falsa y tasada, que si no satisfacía a la vendedora traería consecuencias verbales y terminar en un rifirrafe del que normalmente saldría perdiendo el sufrido comprador; otras iban a precio fijo y podían dejar colorado a la presa si no llevaba dinerario suficiente haciendo quedar patente su precaria situación. Podía ser que no bastase con una carga, sino que el paseante era susceptible de sufrir varias durante la misma jornada y no necesariamente por parte de diferentes vendedoras, ya que si alguna le había cogido ojeriza o, por el contrario, le había parecido generoso y facilón a la hora de sacarle los cuartos lo asediaría casi sin piedad cada vez que se acercase siquiera a saludar a cualquier fémina. De forma jocosa en La Época se alude a su sistema de venta como “ataque homicida” diciendo que “aunque sólo haya seis valen perfectamente como seiscientas” y que “una florista tiene más olfato que un policeman de la Gran Bretaña, más habilidad que un diplomático, más constancia que un carlista y más actividad que un hijo de Jonatan”[3]

Aparte de su machacón mecanismo de venta la calidad de la mercancía no obraba en su favor. En 1846 se quejaban en El Español de que lo que ofrecen en el Prado son ramilletes de yerbabuena y mejorana, algo considerado poco acorde con los gustos de las damas que, supuestamente, preferían olores más gratos que los silvestres[4]. Tampoco eran alabadas por su trabajo en la confección de ramos, así, en un artículo sobre una tal Florentina, valenciana de origen y especializada en vender a la gente bien, el escritor deshaciéndose en elogios afirma que antes de que esta mujer llegase a Madrid “vendíanse ramos muy mal hechos”[5].

Y con respecto a ellas como personas leemos a Félix Méndez en Mundo Gráfico[6], en una evidente exageración, que son “auténticas alimañas sociales. Son viejas, sucias, desastradas o demodistadas, como se quiera y, por lo general tienen algún defecto físico de los más ostensibles que padecen la Humanidad”. Ramón López Montenegro en 1917 escribe que “son más indigestas que el repollo y mil veces más chinche que todas cuantas se dan de añadidura en los hospedajes baratos”[7]

Estas campañas desde la prensa conseguían tener a veces éxito y las autoridades usaban medidas coercitivas contra estas vendedoras. Cierto es que a veces las quejas sobre la paz y armonía en el paseo del Prado eran rayanas en el ridículo como la de El Español (08/07/1846) donde se felicita porque ya no están las floristas pero que las molestias ahora provienen de las niñas jugando al corro y haciendo ruido.

También sufrieron prohibiciones de venta dentro de los teatros y tanto en la reforma que se hizo en el Real como en el Español en 1880 se las impidió instalarse dentro, con gran alivio para muchos asistentes ya que “eran la desesperación de los pollos de poco dinero[8]

No eran infrecuentes las peleas callejeras entre ellas y con terceros, algo consustancial a todos los oficios que se desarrollaban en la vía pública[9]

De más entidad eran las críticas que las asociaban a la alcahuetería y a la prostitución, de ellas mismas o de terceras[10]. Era sabido que los hombres las usaban como mensajeras para hacer llegar a sus enamoradas notas con o sin flores. Enrique Sepúlveda en un artículo repetido en varios periódicos dice que son “las cantineras que acuden presurosas do quiera que el amor libra batalla” afirmando además que gracias a su trabajo consiguen llevar la gruesa cadena de oro que las distingue de la plebe.

En la calle de Sevilla, lugar de donde se las sacó muchas veces, estaba el centro de reunión de diversos oficios relacionados con la farándula, cómicos, toreros de salón, etc. y allí las ramilleteras eran buscadas para ejercer de algo más que de vendedoras de claveles[11].

Los diarios más conservadores y los católicos las atacan sin piedad, como por ejemplo La Correspondencia Militar, que en 13/07/1899 dice “caminan hacia el fin con la rapidez vertiginosa propia del formidable impulso del vicio cuando coge entre sus poderosas garras un cuerpo para sepultarle en el fango y un alma para ennegrecerla con su aliento repugnante, con su contacto asqueroso” y era común acabar con el facilón tópico de la brevedad de la vida al igual que la de las flores que venden.

Desde el lado contrario se reconocía el hecho de su oficio encubierto, pero al que habían llegado por la más dura de las necesidades. El País critica la política tradicional que consistía simplemente en periódicas redadas policiales en la Puerta del Sol “para la caza de unas cuantas chicuelas que hacen los oficios de floristas o de vendedoras de periódicos, golfas las más, por la miseria a que las condena la incuria de las propias autoridades que las persiguen[12] y también afirma que con la llegada de la noche las huestes de la miseria salen a buscarse la vida a la calle entre ellas “las mujeres de vida alegre, para no ser notadas del buen mundo se disfrazan de vida triste y unas son floristas, otras venden periódicos…”[13]

Sea como fuere quedan unidas a las profesiones más bajas y proclives a la delincuencia y cuando tocaba las periódicas tandas de quejas sobre la inseguridad, o molestias callejeras a los ciudadanos de bien, allí se encuentran ellas, en primera línea, catalogadas de desvergonzadas como mínimo. En La Correspondencia de España en 12/12/1909 se llega a definir al espacio comprendido entre Sevilla y Cedaceros como de “público burdel” especialmente a la salida de los teatros por la conjunción de vendedoras de flores, mujeres públicas y golfos.

En 1916 se parió la idea de uniformarlas[14], no se sabe muy bien si con motivo de establecer una especie de censo o con la idea de poder hacer un diferenciación entre las vendedoras en sí o las que además ejercían la prostitución. En cualquiera de los casos el motivo de colocarlas el uniforme se hizo invocando la decencia. La vestimenta obligatoria consistía en blusa y falda negra con delantal blanco de puntillas, algo que dio para escribir bastante y trajo las consecuentes dosis de sarcasmo y puyas al ayuntamiento, sobre todo al teniente de alcalde del distrito Centro, Ruiz Salinas, que había sido el responsable del invento.

Antonio Casero en un poema decía que parecían doncellas de balneario[15], Pérez Zúñiga también en otro poema hace guasa de la cosa y dice que aunque ahora parecen empleadas de casa bien “algunas por sus fueros / y trazas poco exquisitas, / más bien que unas doncellitas / son unos carabineros”[16] En El Mentidero decían que más le valdría al ayuntamiento dedicarse a pavimentar las calles que a uniformar a estas mujeres. No a todos les parecía cómico o mal el tema, como por ejemplo a El Norte de Madrid que aplaude efusivamente la decisión[17]

Mientras en las zarzuelas y obras de teatro el personaje de la florista alternaba con el golfo y el randa siendo tipos muy distantes todos ellos de la realidad cotidiana. La parte literaria que conlleva la primavera hacía que se las asociase a la llegada del buen tiempo y con ello se usaban multitud de metáforas más o menos cursis y simplonas. Como en muchas otras ocasiones a los aristócratas y la burguesía les daba por jugar con estas cosas y así era común que en fiestas benéficas y similares algunas señoritas de la buena sociedad se disfrazasen de floristas y recaudasen fondos con fines altruistas vendiendo flores.

La realidad, para las que no se prostituían o funcionaban de celestinas, era muy otra a la pintada en los pastiches al uso, porque estas mujeres para ganarse el sustento diario tenían que hacer horas y horas de callejeo vendiendo a cinco céntimos el ramito de rosas o lilas de la Casa de Campo, cosa esta última muy apreciada por lo difícil de conseguir el producto.

La vejez, por supuesto, era su peor enemigo y cuando llegaban a una cierta edad tenían tan complicado el vender las flores como el comerciar con los perdidos atractivos físicos. Si no habían conseguido encontrar marido que las mantuviese el destino las era bastante incierto. Para no caer en la mendicidad tenían que inventarse alternativas de venta, es decir podían pasar a cerilleras o como Doña Rosario Díaz, que se montó un tenderete en la Plaza del Progreso (hoy Tirso de Molina) para vender te caliente de madrugada a los juerguistas que poblaban la noche madrileña. En un amplio reportaje de El Heraldo de Madrid[18] se nos detalla minuciosamente como a partir de las tres de la madrugada, en lo más duro del invierno madrileño, pasaban por allí toda una fauna para tomar algo caliente y seguir la francachela o retirarse ya a casa. Esta tal Doña Rosario figuraba como la decana de las floristas madrileñas y había empezado a vender por los teatros treinta años atrás. Su mote era “la chula fúnebre” por ir siempre de negro y con la cara muy empolvada. Según declara al periodista ella había sido de las “decentes”, simplemente florista “que ya sabusté que hay muchas que complican el negocio”. Había tenido momentos económicamente boyantes y hasta vendedoras que trabajaban para ella por no poder atender a todos los teatros, a los cuales pagaba para que la dejasen comerciar en su interior. Había conocido a toda la alta sociedad madrileña, desde políticos hasta actores y aristócratas, y había servido de recadera de solicitudes amorosas, y, a pesar de todo, su fin era ese tenderete de aguardiente y te, auxilio del frio en los gélidos amaneceres madrileños, algo, muy lejano del estereotipo de la violetera.

 

 

BIBLIO FLORISTAS:

  • El Mundo Ilustrado.- nº 98
  • El Español.- 21/06/1846, 08/07/1846
  • El Clamor Público.- 20/06/1852, 23/07/1861, 21/02/1862, 21/07/1864
  • Semanario Pintoresco Español.- 02/04/1854
  • La Época.-04/06/1858, 09/07/1877, 08/10/1880, 09/10/1880, 11/11/1882, 20/04/1885, 20/09/1900, 09/08/1907
  • La España.- 05/06/1858, 12/07/1866
  • El Contemporáneo.- 05/07/1861, 07/07/1861
  • La Ilustración Española y Americana.- 15/03/1876, 08/04/1880
  • Diario Oficial de Avisos de Madrid.- 06/03/1881
  • Las Dominicales del Libre Pensamiento.- 15/07/1888
  • La Iberia.- 23/07/1861, 12/10/1880, 01/11/1888
  • La Ilustración Artística.- 03/05/1897
  • El Globo.- 22/01/1884, 21/02/1898, 17/10/1908
  • Gedeón.- 14/04/1898
  • El País.- 26/09/1891, 24/09/1904, 24/10/1907
  • El Día.- 11/06/1892
  • El Heraldo de Madrid.- 17/10/1892, 31/07/1900, 06/07/1907, 20/05/1915, 03/06/1915, 20/02/1916, 21/02/1916, 26/08/1917, 20/05/1927, 08/11/1927, 18/05/1928, 13/06/1930
  • La Gran Vía.- 09/07/1893, 01/10/1893
  • La Correspondencia de España.- 03/01/1895, 29/01/1900, 05/01/1907, 12/12/1909, 28/06/1917, 20/05/1919, 22/05/1919
  • La Correspondencia Militar.- 13/07/1899
  • Nuevo Mundo.- 23/05/1900, 30/05/1912, 19/11/1915, 04/02/1916, 03/03/1916, 22/12/1916, 22/01/1917
  • El Liberal.- 21/09/1901
  • El Imparcial.-03/07/1891, 01/08/1905, 01/02/1909, 19/02/1916, 03/07/1916, 26/07/1923, 18/05/1927
  • El Siglo Futuro.- 04/01/1908
  • El Día de Madrid.- 25/06/1908
  • La Ciudad Lineal.- 20/09/1912
  • Vida Manchega.- 27/02/1913
  • Mundo Gráfico.- 18/06/1913
  • El Mentidero.- 26/02/1916, 04/03/1916, 11/03/1916
  • El Norte de Madrid.- 27/02/1916
  • La Nación.- 06/08/1917
  • La Libertad.- 24/08/1921, 17/09/1926
  • El Sol.- 14/04/1923
  • Gutiérrez.- 28/05/1927
  • La Voz.- 26/02/1925, 05/12/928, 06/08/1929, 06/01/1931, 13/06/1933, 07/071933, 15/04/1935, 05/07/1935
  • Muchas Gracias.- 19/04/1930

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Autor del artículo

Alfonso Martínez

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