Liszt en Madrid
Introducción
Los seguidores de Franz Liszt y los amantes de la música en general están de celebración por partida doble, puesto que en este año de 2011 se cumplen doscientos años del nacimiento del genial músico húngaro así como ciento veinticinco de su fallecimiento.
Sin desdeñar su faceta compositiva posiblemente sea Liszt, junto con Paganini, el paradigma del músico virtuoso. Smetana, que tuvo la oportunidad de escucharle interpretar anotó en su diario personal: "Con la ayuda y la gracia de Dios, seré un Mozart en la composición y un Liszt en la técnica". Eran tales las pasiones que Liszt levantaba con sus interpretaciones que Heine acuñó el término Lisztmanía para referirse a esa especie de locura colectiva histérica que llegaba a provocar desmayos entre el género femenino y auténticos tumultos de sus enfervorecidos fans, que pugnaban arremolinados a su alrededor, deseosos de hacerse con algún mechón de su pelo o simplemente de algún objeto que hubiera pasado por sus manos.
En 1843 Liszt, con motivo de una gira que estaba realizando por diferentes países europeos, dio varios conciertos en Madrid. El presente artículo describe, de manera sucinta, cuáles fueron las circunstancias que le llevaron a Madrid así como un breve resumen del transcurso de su estancia en la ciudad.
El origen de la gira
En 1823 presentaron a Beethoven a un niño húngaro de once años del que decían que era un auténtico prodigio musical. Ante el examen atento del maestro alemán el niño interpretó al piano varias piezas de Bach y del propio Beethoven, que quedó tan impresionado con la actuación del pequeño que le besó en la frente; aquel se niño llamaba Ferenc - ó Franz - Liszt y aquel beso se convertiría para él en el Weihekuss – beso de la consagración -. Sin embargo por aquel entonces Beethoven estaba tan sordo que para escucharse a sí mismo al piano necesitaba recurrir a una varilla que sujeta con los dientes apoyaba sobre la tapa del piano, captando así las vibraciones que el instrumento emitía. De ser pues cierta la historia Beethoven habría debido emitir su juicio observando la manera de tocar del niño, no en la calidad de una interpretación que no pudo oír. Lo que sí sabemos sin lugar a dudas es que Liszt mantuvo siempre una gran admiración, rayana en un respeto reverencial, hacia Beethoven.
Es conocida también la actitud caritativa y siempre dispuesta del músico húngaro, presto a colaborar con empresas benéficas como testimonian sus abundantes contribuciones y donaciones, entre otras a la Escuela Nacional de Música Húngara, al Fondo de Pensiones de Músicos de Leipzig o a las víctimas del gran incendio de Hamburgo en 1842; se puede afirmar que la mayoría de los ingresos que ganó con sus interpretaciones a partir de 1857 fueron a parar a alguna obra de caridad.
Estos dos rasgos de su personalidad - su adoración por Beethoven y su filantropía - motivaron que cuando en 1839 tuvo noticias de que tan sólo se había recaudado 600 francos de los 60.000 presupuestados para un monumento que la ciudad de Bonn pensaba erigir a su hijo más ilustre, Beethoven, el pianista no dudara ni un instante para ofrecerse a pagar de su propio bolsillo la suma restante. Para conseguir reunir dicha cantidad se embarcó en una gira de conciertos por Europa que le llevó a visitar varias ciudades españolas, entre ellas Madrid[1].
Liszt en Madrid
En el Madrid isabelino la noticia de que un artista de la talla de Liszt visitara la ciudad pronto se convirtió en un acontecimiento social y se seguía expectante la prensa, que anunciaba su inminente llegada:
“[…] La venida del gran pianista a nuestra capital, como la de Rubini, como la de Paulina García, es uno de esos sucesos que hacen época en la sociedad madrileña. Hasta hace poco, apenas si se ha dado entre nosotros importancia al piano, y creíamos destinado solamente a facilitar el estudio de la música ó á servir de orquesta en las tertulias de confianza […]”
[El Heraldo, 30 de octubre de 1844]
“[…] El día 10 debe llegar a Bayona el profesor Liszt; el 11 dará un concierto en el teatro, y el 12 saldrá para esta córte […]”
[El Clamor Público, domingo 13 de octubre de 1844]
Liszt llega a la capital invitado por el Liceo Artístico y Literario a finales de octubre de 1844 en fecha no precisa, pues mientras que algunos biógrafos apuntan al martes 22 de octubre - el mismo día en que el músico cumplía treinta y tres años -, otros indican que hubo de efectuarse varios días más tarde, porque el 21 se encontraba en Pau en un banquete de despedida. En lo que no cabe duda es en la identidad de sus compañeros de viaje: el barítono Ciabatta, en calidad de secretario, y Louis Boisselot, hijo del reputado constructor de pianos establecido en Marsella y proveedor de la casa real francesa, de uno de cuyos ejemplares se sirve Liszt en esta gira europea.
Tras instalarse en la villa dio su primer concierto el lunes 28 de octubre a las ocho y media de la tarde, en la sede del Liceo Artístico y Literario.
Las entradas para asistir al evento podían adquirirse en los almacenes de música de Iradier, de Carrafa – en la calle del Príncipe -, de Lodre – en la carrera de San Jerónimo - y en la librería de Mornier – sita también en la carrera de San Jerónimo - y se ofrecían al precio de cuarenta reales para el público en general y de treinta para los socios del Liceo.
El programa del concierto era el siguiente:
“Primera Parte:
1.- Sinfonía[2] de Guillermo Tell
2.- Andante de Lucia de Lammermor
3.- Reminiscencias de Norma
Segunda Parte:
4.- Fantasías sobre motivos de La Sonámbula
5.- Mazurka de Chopin [3]
6.- Polka de Los Puritanos
7.- Galopp cromático.”
[La Esperanza, jueves 24 de octubre de 1844]
Como propina final improvisó sobre aires populares españoles, como la jota y sobre temas propuestos por el público.
Este programa, cuya estructura base repitió Liszt en todos los conciertos que en la capital dio, respondía totalmente a los gustos estilísticos de la época. En una época en la que no se disponía de medios para registrar y almacenar el sonido eran tremendamente populares las transcripciones o reducciones para piano de las óperas de moda, lo que permitía la difusión de los temas más populares en los salones burgueses y cafés. Por otra parte, el hecho de que Liszt seleccionara como motivos para sus transcripciones aires italianos responde a la situación musical que se respiraba en Europa, de la que Madrid no era una excepción.
Si desde el punto de vista artístico el recital fue un tremendo éxito:
“[…] El entusiasmo era tan grande, que los aplausos botaban sin interrupción, y era preciso contenerlos para no perder algunos de los trozos mas magníficos de la incomparable ejecución del Sr. Liszt. Nunca hemos presenciado en el público madrileño arranques tan espontáneos de entusiasmo artístico […]”
[La Esperanza, martes 29 de octubre 1844]
… no lo fue menos desde el punto de vista pecuniario. Sin embargo, parece ser surgió algún tipo de desavenencia entre Liszt y el Liceo que empañó la relación entre ambas partes:
“[…] Se habla de una desavenencia ocurrida entre la junta directiva del Liceo y el profesor Liszt con motivo de haber sido este ultimo nombrado socio de dicha corporacion. Ignoramos la causa primordial de este suceso, y no sabemos si a él se deberá que el Sr. Liszt dé mañana su segundo concierto en el Circo […]”
[La Posdata, miércoles 30 de octubre de 1844].
El caso es que Liszt eligió para sus siguientes actuaciones el Teatro del Circo, recibiendo por cada concierto la suma de dos mil francos. El primer concierto de la serie en el Circo tuvo lugar el jueves 31 de octubre a las ocho de la tarde, hora en la que se fijaría también el comienzo para el resto de la serie.
“[…] el celoso empresario del Circo, que no perdona sacrificios de ninguna especie para hacer de él el primer teatro de España, se propone poner la compañía lírica en el estado completo y brillante que tiene la de baile, que pueden envidiarnos muchas capitales de Europa. Después de Liszt oiremos a la célebre Eugenia García; probablemente cantará en él también el excelente bajo Balzar […]”
[El Heraldo de Madrid, 1 de noviembre de 1844]
El día de los Santos volvió al Circo, esta vez con el programa:
“Parte Primera:
1.- Sinfonía del Zampa, de Heraldo [recte Herold] a completa orquesta
2.- Romanza del Giuramento, ópera del maestro Mercadante cantada por el Sr. Paulino. [recte Paulin]
3.- Fantasía de Norma del maestro Bellini por el Sr. Liszt.
4.- Romanza del Bravo del maestro Mercadante, cantada por el Sr. Ciabatti.
5.- Polca de Los Puritanos del maestro Bellini por el Sr. Liszt.
Parte Segunda:
1.- Sinfonía del Guillermo Tell a completa orquesta
2.- Fantasía sobre motivos de don Giovanni de Mozart por el señor F. Liszt.
3.- Aria de El Pirata del maestro Bellini por el señor Paulino
4.- Melodía Húngara por el señor F. Liszt.
NOTA: Las piezas de canto las acompañará al piano don Juan Shozcdopole [recte Skozcdopole]”
[Diario de Madrid, sábado 2 de noviembre de 1844]
Esa misma noche en el Teatro de la Cruz se representaba «D. Álvaro o la Fuerza del Sino», que había sido estrenada el 22 de febrero de ese mismo año[4].
“Teatro del Príncipe:
A las siete de la noche: Se pondrá en escena el muy aplaudido drama de don Angel Saavedra (D.D.R.) en cinco jornadas, titulado Don Alvaro o la fuerza del Sino, en la cual desempeña la parte de protagonista el primer actor don José García Luna[5]. Terminará el espectáculo con baile nacional.”
[Eco del Comercio, sábado 2 de noviembre]
Sin duda que el de 1844 fue un año feliz para el teatro, ya que también asistió al estreno de «Don Juan Tenorio», drama religioso-fantástico en dos partes de Zorrilla.
El lunes 4 de noviembre asistió el maestro húngaro a un banquete que en su honor se celebró en Genieys. Esta fonda, que en su época se preciaba de ofrecer la mejor comida de todo Madrid, estaba situada en el número ocho de la calle de la Reina, y en ella se había albergado en 1831 Rossini. Antes de ser fonda habitó en la casa el general Abel Hugo y su hijo, Víctor, quien llegaría a ser uno de los escritores románticos franceses más importantes. Acompañaron a Liszt en su homenaje Hilarión Eslava, Pedro Albéniz, Inzega, Iradier, Joaquín Espín, Guelbenzu[6]… la creme de la creme de la vida musical madrileña de entonces. Durante el convite Vélez de Medrano propuso la creación de una sociedad de progreso del arte bajo la que todos los artistas debían reunirse y a la que dio el nombre de Santa Cecilia. Aunque la idea fue bien acogida entre aplausos y el alborozo general jamás llegó a concretarse.
Prosiguió Liszt con su ritmo de conciertos dando tres más esa misma semana.
El primero de ellos, el martes, de nuevo en Circo, donde volvió a arrancar el delirio de un entregado público que, como siempre, abarrotaba la sala y en el que al finalizar se le hizo entrega de una medalla de oro adornada con una corona de laurel con la inscripción: “Los profesores de la Orquesta de Madrid, 1844”.
Para el siguiente concierto Liszt contaría con un público de excepción.
En palacio
Tanto Isabel II como su esposo eran reputados melómanos y mecenas. Ambos tocaban el piano - entre sus profesores se contaban Pedro Albéniz y Guelbenzu - e Isabel II poseía además una voz de mezzo bastante aceptable. Gustaban de organizar en palacio bailes, conciertos e incluso representaciones operísticas para un reducido y elitista círculo, ante el que actuaban a veces miembros de la familia real. En palacio se disponía de una importante colección de partituras, entre las que encontraban incluso las nueve sinfonías de Beethoven, estrenadas en palacio mucho antes de serlo ante el público madrileño.
Por todo ello no podía desaprovecharse la visita de Liszt a Madrid sin ser invitado a palacio para tocar ante los reyes.
Y en efecto, el artista fue reclamado para tocar en una velada que tuvo lugar el jueves en el Palacio Real, en el salón llamado de Órdenes. Estaba previsto que el concierto – o soirée musical, como aparece reflejado en algunos periódicos - comenzara a las ocho de la tarde, pero lo hizo con retraso debido a que la reina no hizo aparición hasta las ocho y media. Isabel II “[…] venía seguida de sus augustas MADRE Y HERMANA, y del Sermo. Señor infante D. FRANCISCO con dos de sus excelsas hijas […]. El concierto fue muy brillante. Dividido en tres secciones, tomaron parte en él las señoritas de CAMPUZANO, EZPELETA, CABRERO VELA y BOULIGNI, los Sres. PUIG y CAVANI y el incomparable LISZT, que era el héroe de la funcion. Acompañaba á los cantantes unas veces la música de la real capilla, otras al piano el Sr. LISZT o el Sr. VALDEMOSA […] SS.MM. no se contentaron con dispensar a los convidados la honra de recibirlos en su Palacio, sino que trataron a todos con una afabilidad tan cordial y bondadosa, que deja para siempre grabado en el alma el recuerdo de tan preciosos momentos. Concluyó el concierto después de la una […]”
[El Heraldo, 8 de noviembre de 1844]
El día de la Almudena, patrona de Madrid, finalizaba el ciclo de conciertos en el Circo con el siguiente programa:
“Programa del cuarto y último concierto del señor Liszt, que se ha de ejecutar en la noche del sabado 9 de noviembre.
A las ocho de la noche.
PARTE PRIMERA
1.- Sinfonía del Zampa, del maestro Herold.
2.- Aria de la ópera Anna Bolena del maestro Donizetti, cantado por el señor Paulin.
3.- Variaciones sobre un tema de Puritanos, por el señor Liszt.
4.- Aria de la ópera Zaide, del maestro Mercadante, cantada por la señora Ober Rossi.
5.- Marcha húngara y galop cromático por el señor Liszt.
PARTE SEGUNDA
1.- Sinfonía Guillermo Tell a completa orquesta.
2.- Dos romanzas de Schubert, cantada por el señor Paulin.
3.- Fantasía sobre la ópera Lucrecia Borgia, del maestro Donizetti, por el señor Liszt.
4.- Aria de la ópera El Bravo, del maestro Mercadante, cantada por el señor Buzet.
5.- Improvisaciones al piano por el señor Liszt.
Todas las piezas de canto las acompañará al piano el señor Liszt. Precios de las localidades: un palco sin entradas 80 rs., anfiteatro con su entrada 24rs., luneta con su entrada 20rs., galerias con id. 12 rs., entrada general 6 reales.”
[Diario de Madrid, 9 de noviembre de 1844]
Las críticas como siempre fueron elogiosas, mencionando que “[…] Las improvisaciones especialmente, han producido un efecto mágico, por el genio, por la originalidad que ha ostentado en ellas el artista […]”.
[El Heraldo, 10 de noviembre de 1844]
Pero el fin del ciclo de los conciertos en el Circo no significaba el fin de las actuaciones de Liszt en Madrid, que volvió a actuar en público el miércoles 13 de noviembre, en un concierto a beneficio de la diva Brizzi que se celebraba en el Teatro del Príncipe:
“A las siete de la noche: Concierto á beneficio de la señorita Brizzi, en cuyo obsequio tomará parte el célebre profesor de piano Liszt y los demás artistas distinguidos que á continuacion se espresan:
Primera parte
1.- Sinfonía á grande orquesta
2.- Duetto de la Semirámide, cantado por las señoras de Bernardi y Brizzi.
3.- Sinfonia de Guillermo Tell, de Rosssini, tocada al piano por el señor Liszt.
4.- Roberto D‘ Evreuz, cantada por el señor Ciabatti.
5.-Post-pourri para piano y corno inglés, por los señores Liszt y Daelli.
Segunda parte
1.- Sinfonía á grande orquesta
2.- Aria de Gli Arabi Nelle Gallie, de Pacini, cantada por la señora de Bernardi.
3.- Fantasía de Roberto el diablo, de Meyerbeer, y Wals infernal, por el señor Liszt.
4.- Aria de Rossini, cantada por la señora Brizzi.
5.- Duetto al piano, de la Norma, tocado por los señores Liszt y Guelbenzu.
Las piezas de canto serán acompañadas con el piano, por los señores Liszt y Guelbenzu. Los pianos son de la fábrica de Marsella, del señor Boisselot, constructor de pianos del rey de los franceses.”
[Eco del Comercio, 13 de noviembre de 1844]
Al día siguiente los madrileños se desayunaban con la noticia de que el rey había concedido al genial artista la cruz supernumeraria de Carlos III y un alfiler de brillantes valorado en mil duros, una cantidad exorbitante si se traduce a reales - veinte mil – y se tiene en cuenta que el salario medio diario de un oficial albañil o carpintero rondaba los catorce reales.
Por la tarde Liszt participa en el primer concierto de la temporada de invierno de La Iberia Musical y Literaria. Nacida como La Iberia Musical. Periódico de Madrid se trataba de una revista musical, la primera de esta índole, cuyos fines eran “la música moderna y su crítica”, centrada fundamentalmente el mundo de la ópera y fundada y dirigida por Joaquín Espín [7] en 1842.
El concierto se celebró en el salón del Instituto Español, una sociedad benéfica dedicada a la instrucción de las clases populares, tanto en lo tocante a la educación como a los hábitos higiénicos y cuyo lema era Ilustración y Beneficencia. A la espera de que se terminaran las obras del edificio que se estaba construyendo en la calle de las Urosas nº 8, pagadas por el marqués de Sauli, el Instituto Español utilizaba el Teatro del Genio, una pequeña sala para aficionados sita en el Pretil de Santisteban, frente a la iglesia de San Pedro, donde se había trasladado el Instituto.
La cita era a las ocho de la tarde y los suscriptores a la La Iberia Musical y Literaria tenían derecho a entradas gratuitas
“[…] los suscriptores al periódico tienen derecho a los billetes gratis y de convite para los conciertos […]” [Diario de Madrid, 14 de noviembre de 1844].
Cuando Liszt finalizó su interpretación dos niñas subieron al escenario para entregarle, entre vítores y aplausos, un ramo de flores. Cuando el músico lo cogió alguien entre el público gritó: “Salud, artista mimado por la fortuna. Tu triunfo en España no tiene igual”.
No quería abandonar Madrid Liszt sin dar muestras de su generosidad para con los más desfavorecidos y con tal fin se puso en contacto de nuevo con el Teatro del Circo para dar una función en beneficio de los establecimientos de beneficencia. El empresario cedió gratuitamente el local y se hizo cargo además de los gastos ocasionados. Este concierto con el que se despedía del gran público fue el 21 de noviembre de 1844 a las ocho, con el programa:
“Parte Primera:
1.- Sinfonía de la ópera Il Nabucco, á completa orquesta.
2.- Aria de Anna Bolena, cantada por el señor Paulin.
3.- Concierto de Weber, por el señor Liszt.
4.- Variaciones sobre Pedro el Grande, cantadas por la señora Anglés.
5.- Variaciones a dos pianos sobre motivos de la Donna del Lago, por los señores Liszt y Guelbenzu.
Parte Segunda:
1.- Sinfonía de Guillermo Tell, á completa orquesta.
2.- Reminiscencias de Lucia di Lammermoor, por el señor Liszt.
3.- Melodia de Schubert y Romanza de Don Pascuale , cantadas por el señor Paulin.
4.- El capricho, por el señor Liszt.
La Junta municipal de Beneficencia con el objeto de hacer más productivo el beneficio, ha dispuesto que se coloquen bandejas en los pasillos, para que los señores que gusten puedan depositar su ofrenda.
Los billetes se despachan en la casa de beneficencia, calle de Atocha, frente a los Desamparados.”
[El Clamor Público, 21 de noviembre de 1844]
No había excusas para no participar, porque también se podía contribuir a esta noble causa efectuando una donación en el mismo edificio de la Junta de Beneficencia:
“[…] Para obtener mayores resultados, se recibirán las cantidades de exceso con que gusten de contribuir los concurrentes, tanto en la mesa que habrá en el mismo teatro, colocada en el lugar á propósito, como en la sala de sesiones de la Junta, sita calle de Atocha, num. 74, piso principal, en la que se despacharán las delanteras de galería, anfiteatros, lunetas y palcos no abonados, desde la diez de la mañana hasta las cuatro de la tarde del día de la funcion: tomándose los nombres de las personas que gusten darlos, á fin de que la gratitud recompense su filantropía. […]”
[El Heraldo, 21 de noviembre de 1844]
El resultado económico del concierto fue el siguiente:
“Resultado del concierto dado por el señor Liszt a favor de los establecimientos piadosos.
Por los billetes espendidos en las oficinas de la Junta 4,914 reales
Por los espendidos en el Circo 5.998 reales
Limosnas recaudadas en la bandeja 3.072 reales
Donativo del señor de Salamanca 2.000 reales
TOTAL 15.984 reales”
[Diario de Madrid, 10 de diciembre de 1844]
Finalmente llegó el día en que Liszt ponía el punto y final a sus conciertos, y lo hizo con un programa doble. El viernes 22 de noviembre participaba en primer lugar en una velada músico-poética que organizaba en su casa el coronel y diputado Pablo Cabrero [8], a la que asistió “[…] una brillante sociedad, compuesta de lo mas elegante de la Corte, y de distinguidos literatos y artistas españoles y extranjeros […]”
[El Heraldo, 24 de noviembre de 1844]
Y como si apurara el tiempo que le resta en Madrid participa también el mismo día en una sesión celebrada por el Liceo, con el que si había existido algún agravio o malentendido era evidente que se había resuelto y volvía a reinar la concordia entre ambas partes.
“[…] la noche del viernes celebrò el Liceo una de sus sesiones mas brillantes y variadas. Tocaba Liszt, è inutil es decir que concurrencia numerosa llenaba el salon de Villahermosa. El gran pianista estuvo admirable en la marcha húngara y en la linda fantasia sobre motivos de Norma […]”
[El Heraldo, 24 de noviembre de 1844]
Aún estuvo algunos días más en Madrid Liszt, aunque sin dar actuaciones, hasta que el cuatro de diciembre abandonaba la capital rumbo a Córdoba. Cerraba una de las etapas de su gira. Atrás quedaban jornadas plenas de triunfos y reconocimientos, fruto de las cuales le quedaba una bolsa bien surtida.
El 21 de abril de 1845 sale de España para dirigirse a Bonn, donde asistirá el 12 de agosto a la inauguración del monumento de Beethoven, aquel coloso de la música que le había saludado cuando él sólo era un niño con el beso de la consagración, el Weihekuss[9].
APÉNDICES:
El Liceo Artístico y Literario
Era el Liceo una sociedad dedicada al fomento y prosperidad de la literatura, la pintura, la escultura, la arquitectura, la declamación y la música, artes a las que contribuían con sus aportaciones los miembros que componían su círculo. Fundado el 22 de mayo de 1837, en casa del literato José Fernández de la Vega, calle de la Gorguera nº 13 – hoy Núñez de Arce - pronto se convirtió en un punto de referencia de la sociedad romántica madrileña.
Desde 1838 su sede se encontraba en los salones que los duques de Villahermosa le habían cedido de su palacio, en la actualidad museo Thyssen-Bornemisza.
Entre los músicos que integraban el Liceo se encontraban destacadas figuras, como Pedro Albéniz - el fundador de la escuela pianística española, organista de la Capilla Real y profesor de piano de la reina Isabel II -, Ramón Carnicer – uno de los músicos más brillantes de su generación, compositor, autor de varias óperas y del himno nacional de Chile -, Mariano Rodríguez de Ledesma – maestro de la Capilla Real – o Iradier – fecundo compositor y autor, entre muchas otras canciones, de las habaneras «La Paloma» y «El arreglito», plagiada por Bizet en su ópera «Carmen» transformada en «L 'amour est un oiseau rebelle» -.
El Madrid musical que conoció Liszt
Liszt se encuentra en Madrid con un panorama en el que la música está centralizada en los teatros y en los salones de ricos aristócratas o acaudalados burgueses. La desamortización ha dejado sin recursos a la iglesia, antaño un absorbente mercado musical, y no existen orquestas independientes[10].
Sobre las tablas reina con indiscutible hegemonía la ópera italiana, cuyo favorito, Donizetti, comienza a ceder paso ante la aparición de un nuevo astro: Verdi[11].
Lejos de sus días de esplendor, aunque aún no había sido desterrada del todo, se encontraba la tonadilla escénica. De su evolución surgen obras que apuntan ya características próximas a la zarzuela romántica, alejada de los modelos de los siglos XVII y XVIII: «El novio y el concierto» – “comedia zarzuela en una acto” –, estrenada el 12 de marzo de 1839 en el Teatro de la Cruz y «El ventorrillo del Crespo» - bautizada como “zarzuela nueva en un acto”, estrenada el 15 de julio de 1841 – ambas de Basili; «La zarzuela interrumpida» – “zarzuela nueva” – de Saldoni y Carnicer, estrenada el 24 de diciembre de 1841, y «Jeroma, la castañera» – impresa como “zarzuela andaluza” – estrenada el 3 de abril de 1843 en el Teatro del Príncipe - de Soriano Fuertes.
Por ello los músicos españoles no tienen otra opción que dedicarse a escribir óperas, bien en italiano, bien en castellano pero con temas sacados del repertorio italiano. Es el caso de las óperas de Carnicer «Elena e Malvina o «Eufemio di Messina» o «Il Solitario» de Eslava, quien fuera uno de los más firmes y decididos luchadores a favor de la creación de una ópera española[12].
“[…] los extranjeros han invadido las salas de los espectáculos a donde debía de acudir el pueblo como a sus fiestas nacionales y esto... es en descrédito de los profesores del país […]”.
El Teatro del Circo
En el otoño de 1844 Madrid dispone de seis teatros públicos para una población de un cuarto de millón de habitantes. A los antiguos corrales de comedias y ahora teatros de la Cruz – hoy desaparecido - y del Príncipe – actual Teatro Español – se han unido el Teatro Variedades – otrora juego de pelota y salón de baile, futura cuna del género chico – , el Buenavista - llamado del banco porque estaba en la que fue casa del Banco de San Carlos -, el del Museo – en la calle de Alcalá, en lo que fue el convento de monjas de Vallecas - y el del Circo.
Este último teatro estaba situado en la plaza del Rey, en terrenos del conde de Polentinos, y remontaba sus orígenes, como su propio nombre indicaba, al circo Olímpico, que estuvo instalado en la calle del Caballero de Gracia hasta 1834. En la temporada de 1841-42 pasó a manos del empresario Segundo Colmenares, que decidió dedicarlo al género lírico. La última representación circense fue en abril de 1842, con la pantomima heroica «Los brigantes italianos o el perro defensor de su amo», en la que figuraban varios combates, tanto a pie como a caballo. Colmenares contrató como director de ópera a Carnicer, mientras que unos jóvenes Barbieri, como corista, y Gaztambide, contrabajo, figuraban en la plantilla del teatro.
A Colmenares le sucedieron como empresarios del Teatro del Circo Maiquez y Olona hasta que en 1844 se hizo cargo del mismo José de Salamanca – que por entonces no gozaba de título nobiliario - , el celoso empresario que se mencionaba en una cita de prensa anterior.
“[…] El señor Salamanca es el único empresario del Teatro del Circo, quedando al frente de la compañía de ópera el señor Olona […]”
[La Iberia Musical, 5 de marzo de1844]
Salamanca gastó muchísimo dinero en hacer del Teatro del Circo uno de los más lujosos de Europa – sin nada que envidiar a los de Milán, Londres o París - y en contratar a los mejores divos de la época. Incluso se rumoreó la posibilidad de que hubiera emprendido gestiones para que Donizetti escribiera para el Teatro del Circo:
“[…] Nos han asegurado que el señor de Salamanca, empresario del Teatro del Circo, ha escrito al célebre Donizetti, pidiéndole proposiciones para que venga a Madrid a componer dos óperas para el espresado Teatro del Circo […]”
[La Iberia Musical, 28 de abril de 1844]
Hasta la inauguración del Teatro Real en 1850, el Teatro del Circo - que en 1849 pasó a denominarse Teatro de la Ópera y el Baile por disposición gubernamental - fue el punto de encuentro de la buena sociedad, marcando la vida cultural e incluso política durante sus días de esplendor, ya que se convirtió en escenario de la rivalidad entre conservadores y progresistas a causa de dos bailarinas: Sofía Fuoco[13] –, protegida de Narváez - y Marie Guy Stephan – protegida de Salamanca –. Ambas divas, la Fuoco y la Guy, eran rivales, y los triunfos sobre las tablas de una frente a la otra se convertían en un trágala para los del bando político contrario. Cada bando se identificaba con un clavel que lucían en la solapa: los capitaneados por Salamanca blanco, rojo los de Narváez.
Tanto la Guy como la Fuoco gozaron de una popularidad inmensa. Entre las señoras se puso de moda el peinado con bandos a la Fuoco y el escultor Piquer representó en mármol a la Guy [14]. Fueron también objeto de la admiración de literatos como Gautier, que decía de la Fuoco que “Sus pies son como dos flechas de acero rebotando sobre el suelo de mármol”, o como Zorrilla, que escribió para la Guy una serenata oriental, «La Guirnalda»:
“Mariposa revoltosa,
tiende tus alas de oro y de gualda;
bella ondina nacarina, […]”
Martínez Villergas escribió un soneto sobre la Guy que acababa:
“[…] Y aunque el vulgo critique mi sandez,
nada me place ya sino la Guy
cuando baila el Jaleo de Jerez […]”
Los innumerables ramilletes y coronas que los rendidos admiradores arrojaban a los pies de estas modernas terpsícores enriquecieron a un florista conocido como el valenciano, apelativo que desde entonces sirvió para denominar popularmente a los vendedores de flores que se situaban con su mercancía a la puerta de teatros y bailes.
Como partenaire de la Guy se encontraba Petipa, quine sería años más tarde maestro de baile del Ballet Imperial Ruso y creador de «El Lago de los Cisnes», «La Bella Durmiente» y «Cascanueces», todos ellos con música de Tschaikovsky.
“[…] La Guy Stephan y Petipa desempeñaron un pas de deux, notable por su gracia y ligereza. El Petipa por su parte secundó muy bien los esfuerzos de su lindísima pareja. Su escuela es moderna, reúne buen gusto y bastante ejecución […]”
[El Clamor Público 10 de Septiembre 1844]
La extraordinaria afluencia de público que asistía a sus espectáculos provocó tales aglomeraciones que la autoridad se vio obligada a reglamentar la entrada de carruajes al teatro por la calle Barquillo y su salida por la de Infantas.
BIBLIOGRAFÍA
Libros:
· Franz Liszt: The virtuoso years, 1811-1847. Escrito por Alan Walker
· La música española en el siglo XIX. Escrito por Emilio Casares y Celsa Alonso González
· Liszt at Madrid and Lisbon 1844 – 45. Escrito por Robert Stevenson.
· Manual histórico-topográfico: administrativo y artistico de Madrid. Escrito por Ramón de Mesonero Romanos.
· El antiguo Madrid. Paseos histórico-anecdóticos por las calles y casas de esta villa. Escrito por Ramón de Mesonero Romanos.
· Cartas trascendentales escritas a un amigo de confianza. Escrito por José de Castro y Serrano.
Prensa:
Madrid:
o Diario de Madrid
o La Gazeta de Madrid
o La Esperanza
o La Posdata
o El Heraldo
o El Clamor Público
o Eco del Comercio
o La España moderna.
Revistas musicales:
o Revista musical, octubre 1911. Bilbao
o Revista de musicología. Volumen 10, nº 3
o Don Hilarión y la ópera, por Emilio Casares. Ópera actual, nº 105
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Isabel II y la ópera. Del Teatro de Palacio al Palacio Real, de José María Marco.
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