El hospital de mujeres incurables

En la esquina de la calle de Amaniel con la Travesía del Conde Duque, donde hoy se levanta un edificio de los años setenta del pasado siglo es donde estaba situado en lo que originariamente fue el Colegio de Niñas de Monterrey, del que se hablará en otro momento.

Su fundación se debe a la Condesa viuda de Lerena y marquesa de San Andrés que desde 1800 tenía solicitado el permiso y que le fue definitivamente concedido en 1803, el día 6 de enero, por Carlos IV. El primer emplazamiento fue en la calle del Conde Duque esquina a la del Limón donde estaban de alquiler. Después pasó a la actual calle de la Colegiata (antes calle del Burro), de esta a la calle de la Madera [1] y, finalmente, en 4 de octubre de 1824 a Amaniel por efecto de la donación del edificio que les hace Fernando VII:

Como su nombre no oficial indica era para mujeres anciana con enfermedades son solución médica conocida y carentes de todo medio económico o físico para mantenerse por si solas. Esto lo convertía en un asilo más que en un hospital propiamente dicho y, evidentemente, en las anotaciones de sus registros las casillas destinadas a curadas están vacías y llenas las de defunciones, diciéndonos Monlau que estas últimas son de un promedio de cuarenta anuales.

Había excepciones a las enfermedades para ser admitidas, así quedaban excluidas las enfermas mentales y las “que tengan calenturas, úlceras, llagas o que padezcan enfermedades que las puedan causar” (Madoz), es decir las que tuviesen males infecto-contagiosos. Con respecto a la no entrada de dementes, es algo que debió de cambiar en el tiempo, ya que en el artículo de la revista Alrededor del Mundo de 24 de abril de 1903 se dice que tanto en este hospital como en su equivalente para hombres, el de Nuestra Señora del Carmen, hasta 1885 “se admitía a todo individuo que padeciese una enfermedad incurable, considerando como tales enfermos a los imbéciles, epilépticos y locos pacíficos”. Por otro lado, aparte de las ancianas, existía la posibilidad de ingreso a las niñas huérfanas impedidas. Dentro de las excepciones llama la atención la de las mujeres que hubiesen sido condenadas por la Inquisición. Como institución de carácter nacional tampoco existían restricciones por causa del origen o precedencia de las enfermas.

En su origen estuvo regentado por una Junta de Damas Tutoras, que ejercían también de curadoras y limosneras, y que estaban tuteladas o asesoradas por un director espiritual y todo bajo el patronato del rey. Estas damas pedían las limosnas tanto en las iglesias como en las casas particulares. Después con el paso de los años la gestión de las Incurables fue evolucionando y pasó a estar dirigido por una junta de beneficencia.

Estuvo considerado como modélico y ejemplar, e incluso en determinados momentos históricos es casi único. Así en 1894, en el número 148 de la Revista de España, en el artículo la “Beneficencia Pública”, Clemente Domingo Mambrilla señala que de los dieciocho hospitales previstos en el Reglamento de la Ley de 1849 sobre esta materia, solo están en funcionamiento, este, el de hombres de la calle de Atocha, ya citado, y el del Rey en Toledo, que era mixto. Por cierto que en aquella época existían opiniones contrarias al mantenimiento de estos asilos/hospitales que propugnaban su cierre y que la asistencia a los enfermos se hiciese en casas particulares, tal y como era costumbre en el medio rural donde se pagaba a los labriegos para que cuidasen de los paralíticos y otros impedidos.

La máxima capacidad del Hospital de Jesús Nazareno llegó a ser de 110 camas. Estaba dividido en seis salas sin ninguna separación por el tipo de dolencia de las ingresadas ya que se entendía que las enfermedades eran del mismo estilo (Madoz llega a decir que sus males son análogos). Dichas salas se distinguían por un nombre religioso: Santa María, San Fernando, Santa Ana, Santa Isabel y San José. La de Santa Isabel estaba más apartada que las otras y en ella se colocaba a “las que se ponen chochas o locas seniles” (sic) (Madoz). La de San José estaba destinada a las de pago, que en un momento determinado llegaron a representar la mayor fuente de ingresos del hospital.

La dotación de personal no debió ser muy poca, teniendo presente los tiempos que corren. Contaba a mediados del XIX con: 20 hermanas de la Caridad, dos doctores, que se alternaban mensualmente, dos practicantes, un portero, un mozo de cocina, tres lavanderas, dos demandantes (los encargados de pedir las limosnas), mozos de acarreo, un encargado de la noria, etc. Aparte del personal sanitario tenemos al capellán, encargado de velar por las salud espiritual y estaba previsto que tuviese una serie de monjas de clausura con su correspondiente noviciado, pero esto no llegó a realizarse, según nos dice Florentina Vidal Galache.

Parte del personal vivía entre los muros del caserón de Amaniel Los médicos visitaban a las enfermas dos veces al día y la comida estaba tasada conforme a los criterios científicos mas rigurosos del siglo XIX.

El mantenimiento económico era la parte realmente complicada. Madoz nos detalla las partidas de gastos e ingresos y es de una desproporción gigantesca: 246.628 reales de gasto frente a los 89.965 de ingresos (de estos, 50.000 reales procedían de las hospitalizadas de pago).

Parece ser que estuvo en funcionamiento hasta la llegada de la II República. Entre 1812 y 1815 permaneció cerrado por la miseria que trajeron las guerras napoleónicas y en ese año de 1815, abriéndose por disposición real solo acogió a seis enfermas. El 8 de julio de 1851 hubo un incendio que destruyó diecisiete casas en las manzanas comprendidas entre la travesía del Conde Duque, Amaniel, Cristo y el Limón. Ese incendio dejó al Hospital en bastante mal estado.

En el año de 1952, en fecha de 20 de junio, se re-inauguró otro hospital de idéntico nombre (ABC de 17 de julio de 1952) en la zona que se encuentra entre la Ventilla y el Calero, en las cercanías de la plaza de Castilla Según el artículo consultado las características de este nuevo hospital eran similares a las del desaparecido: institución religiosa de caridad para mujeres paralíticas e incurables. Llama la atención que la capacidad en ese año representa menos de la mitad de la que tuvo en el siglo XIX, tan solo sesenta y dos enfermas.

Como ya dicho, el edificio siguió en pie hasta fines de los años sesenta o principios de los setenta del siglo XX en que se tiró abajo para construir el edificio que actualmente. No es mucho lo que he encontrado en cuanto a su descripción, sobre todo teniendo presente que tampoco es tan lejana su desaparición, pero todo hace pensar que no debió ser una construcción de mérito, pero curiosamente Mesonero lo trata de “precioso”.

Tenía una iglesia con la entrada por la travesía del Conde Duque y estaba abierta a todo el mundo. Poco más que hablar de ella, salvo que Velasco Zazo nos dice que era muy pequeña, que su retablo procedía del convento de San Joaquín (el de los Afligidos) y que tenía un torno similar al de la Inclusa y al del Refugio para niños abandonados.

Bibliografía

  • “Madrid, Audiencia, Provincia, Intendencia, Vicaría, Partido y Villa”. Pascual Madoz. 1848.
  • “Madrid en la Mano” Pedro Felipe Monlau. 1850.
  • “El Antiguo Madrid”. Ramón de Mesonero Romanos. 1861.
  • “Las calles de Madrid”. Pedro de Répide.
  • “Recintos sagrados de Madrid”. Antonio Velasco Zazo. 1951
  • “El Madrid desaparecido”. Mª Isabel Gea Ortigas. 1992.
  • “Ser viejo en Madrid. El Hospital de Incurables de Jesús Nazareno y otros centros de asistencia a los ancianos”. Florentina Vidal Galache. 1993.
  • “La Beneficencia Pública”. Art. de “Revista de España” número 148 de septiembre 1894. Clemente Domingo Mambrilla.
  • “Los incurables de Madrid”. Art. de “Alrededor del Mundo” de 21 de abril de 1903. Miguel Medina.
  • “Los ministros de la Gobernación y Hacienda visitaron…..” Art. de ABC de 17 de julio de 1952.

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Autor del artículo

Alfonso Martínez

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