Perico Manguela o el arte de la esgrima económica

En tiempos difíciles como los que atravesamos se impone encontrar soluciones prácticas que nos ayuden a llegar a final de mes pasando los menos apuros posibles. Matemáticamente la cuestión se reduce a incrementar nuestros ingresos o a reducir nuestros gastos. Parece sencillo, ¿verdad? Pero analicemos las dos proposiciones con mayor detenimiento:

Para aumentar ingresos o bien nos toca un buen pellizco en la lotería – opción harto improbable - o buscamos un segundo empleo. Pero encontrar una segunda colocación tal y como está el mercado laboral no es sencillo. Bastante es que mantenemos una.

Por otra parte reducir nuestros gastos puede tornarse en algo desagradable y complicado. ¿Qué resulta más prescindible? ¿Cómo ponderar un capricho? ¿Por qué renunciar a esas pequeñas cosas que nos hacen la vida tan agradable? Como es obvio, la cuestión puede ser especialmente complicada cuando se vive en pareja.

Sin embargo, queda aún una alternativa, una tercera vía: practicar la esgrima económica, es decir, el popular sablazo. La historia está salpicada de grandes hombres que han hecho de él una forma de vida y nuestra ciudad, cuna de ilustres personajes, nos ha brindado un buen ramillete de ellos. Pero quizás ninguno haya comprendido su esencia con tanta profundidad e intensidad como lo hizo Perico Manguela, que hizo de vivir del prójimo un arte, y aunque la posteridad le ha negado una estatua o tan siquiera una calle dedicada no cabe duda de que Perico, Don Perico, la mereció.

Fue el Madrid de los años finales del XIX y los que dieron comienzo al XX el escenario de sus andanzas. Hombre de mundo, gustaba de vestir con elegancia, apelando para ello al bolsillo ajeno, pues siempre hubo quien le pagó el sastre o quien le prestaba la ropa blanca.

Solía encontrarse a nuestro en hombre en los cafés, su hábitat favorito. Excelente conocedor de la psique seleccionaba cuidadosamente su objetivo. Tras fijarlo, su modus operandi consistía en sentarse con toda naturalidad a su mesa, sin que hubiera mediado para ello invitación alguna, puesto que no la necesitaba. Gran conversador, entablaba con desparpajo y afabilidad conversación con sus sorprendidos y apurados compañeros de mesa, mientras pedía con naturalidad su consumición al camarero, que bien podía ser desde un bistec con patatas a un café, según fuera la hora de día o su apetito. Finalizado su refrigerio se despedía cordialmente sin pagar, fiel a sus principios, dejándose convidar con ese savoir faire del que sólo pueden hacer gala los que dominan perfectamente su profesión. En otras ocasiones abordaba a algún transeúnte en la vía pública, sacándole algunas monedas con el pretexto de un apuro y con la promesa de una pronta devolución que nunca se materializaría.

Poseía además Manguela gran capacidad para transformar, cual prestidigitador, los objetos que le prestaban en papeletas de empeño, cuyo importe iba a engrosar su bolsillo en perjuicio de sus legítimos dueños. Libre de prejuicios jamás hizo discriminaciones, y con la misma sencillez que se hacía invitar desinteresadamente al teatro gustaba de presentarse en casa de alguien a la hora de almorzar para hacerlo en compañía de sus anfitriones.

Fue un personaje muy popular en su época, que gozó del reconocimiento que sus artes le valieron. La prensa local se hizo eco de algunos de sus métodos y ocurrencias, que si bien inspiraron a muchos, ninguno llegó a alcanzar la categoría y el renombre que tuvo su maestro, D. Perico Manguela.

Bibliografía:

  • La risa. Periódico ilustrado, cómico y humorístico. Madrid, 26 de febrero de 1888.
  • El Motín. Periódico satírico semanal. Madrid, 19 de abril de 1888.
  • La época. Últimos telegramas y noticias de la tarde. Madrid, 12 de enero y 6 de agosto de 1896.
  • ABC. Madrid, 16 de junio de 1903.
  • Prim. Benito Pérez Galdós.

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Autor del artículo

Pablo Jesús Aguilera Concepción

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